Culpa y castigo. Una explicación psicoanalítica.

Resumen

El castigo, util para regular las conductas sociales de la humanidad desde hace muchos siglos, traspasa esa esfera para internalizarse en la esfera privada de cada individuo. Esta internalización, ya sea por influencia legal, cultural, religiosa, familiar, etc. se vuelve permanente en el ser humano considerado “sano” de manera que se genera el autocastigo como respuesta ante la trasgresión que se comete, aunque ésta no salga a la luz pública.

 

Palabras Clave: Culpa, castigo, conciencia, condicionamiento, introyección, internalización, trasgresión, comportamiento, ley, justicia, pecado, yo, superyo.

Abstract

The punishment, useful for regulating social behavior of mankind for many centuries, crosses this area for internalized in the private sphere of the individual. This internalization, either by legal influence, cultural, religious, family, etc.. becomes permanent in man considered "healthy" so self-punishment is generated in response to the transgression is committed, even if it does not come out into the open.

 

Keywords: Guilt, punishment, consciousness, conditioning, introjection, internalization, transgression, behavior, law, justice, sin, self, superego.

 

 

 

 

 

“Les Lumières qui ont découvert les libertés
 ont aussi inventé les disciplines”
Michel Foucault

 

 

Castigo, cualquiera que sea la definición o el contexto en el que se utilice esta palabra, prácticamente toda la civilización occidental conoce lo que significa, a pesar de los diversos idiomas, de las culturas de cada región geográfica, de los aprendizajes, de las religiones, de las experiencias o de las edades de todos los individuos, se puede decir que todos los seres humanos conocen  este concepto y sobre todo cómo se aplica. A lo largo de la historia, se han construido diversos enfoques del conocimiento cuya principal finalidad es explicar la existencia humana, la divinidad, la razón, la moral, y más actualmente, la libertad; algunos de estos enfoques tratan de manera directa o indirecta el problema de la moralidad ligada al concepto de castigo.

Es difícil definir desde cuando el ser humano ha sido consciente de ello, pero si revisamos un poco la historia a través de las imágenes, de los mitos o las leyendas, de los códigos de conducta, etc. podemos percatarnos de que desde tiempos bastante remotos, el castigo ha formado parte de la convivencia social y de alguna forma se ha instaurado en la psique de los seres humanos, determinando su comportamiento y visión de lo que es aceptable y lo que no, o por lo menos de lo que puede ser público y lo que se mantiene en la esfera privada. Sin embargo, ¿En ambas esferas se aplica el concepto de castigo de la misma manera?, quizá la respuesta sea tan sencilla como diferenciar entre los castigos impuestos socialmente y en los que la mayoría de la población está de acuerdo; y los castigos autoimpuestos, los castigos privados, los que cada persona –acorde con sus creencias- se exige pagar para sentirse liberado o sanado. Talvez el problema resida en saber cuál es el origen de esa “necesidad” de autocastigarse, de dónde proviene ese concepto desde que somos pequeños y por qué creamos o buscamos filosofías, religiones, ideologías que nos permitan castigarnos para después sentirnos mejor.

Este trabajo pretende reflexionar acerca del origen del castigo más allá del cuerpo físico y también entender si esta necesidad humana proviene de una imposición social que se ha ido convirtiendo en una convicción personal o, si responde a una necesidad de reivindicarse, de sanarse internamente para poder seguir viviendo.

Para poder abordar este tema, es necesario revisar los conceptos que le preceden y que van a determinar, en cada sociedad, la realidad social y el comportamiento colectivo como son la naturaleza humana, el deber ser, la libertad, la moral, la culpa y la consciencia.

Para John Locke “el estado en que se encuentran naturalmente los hombres es un estado de completa libertad para ordenar sus actos y para disponer de sus propiedades y de sus personas como mejor les parezca, dentro de los límites de la ley natural, sin necesidad de pedir permiso y sin depender de la voluntad de otra persona”[1] . Es decir, el estado de naturaleza, en el cual todos los seres humanos, considerados como iguales y dotados de razón, pueden decidir sobre sí mismos y sobre sus propiedades, pero este poder de decisión implica un conocimiento de la propia sociedad, de sus normas y un respeto por los límites designados. Locke da por sentado que el hombre sabe lo que es una norma; es decir, que existe un mecanismo o una institución encargada de “formar” seres humanos libres en sociedad, capaces de respetar y reproducir las formas de convivencia social.

Es importante desatacar que para este autor, el estado de naturaleza incluye a la libertad y la igualdad; es decir, que todos los hombres, desde que nacen en un entorno social, y por ser hijos de Dios tienen la capacidad de la razón, la cual les permite y les exige tratar y ser tratados como iguales. La igualdad para Locke implica que nadie está por encima de los demás, que todos los hombres mantienen idéntico rasgo, pero también que sólo se puede estar por encima de los demás si el señor o “dueño” de todos los hombres, ha colocado a alguno en esa ventaja, para poder decidir sobre los demás, tener derecho al poder y la soberanía: ser el gobernante.

Siguiendo este orden de ideas, para que la vida en sociedad pueda darse de manera efectiva, es necesario que todos los hombres renuncien a su libertad y el ejercicio de la misma sobre los demás hombres (tanto en las decisiones cotidianas como en el caso de que exista alguna invasión sobre la persona o sus propiedades), al hacerlo la depositan y la confían en el soberano, quién tomando la distancia necesaria para evaluar los problemas, puede decidir cuál debe ser la indemnización o castigo que se aplique al infractor.

Hay que considerar que aunque este autor plantea sus ideas ya en la época moderna, si reflexionamos un poco acerca de nuestro pasado lejano y las teorías que explican las formas de organización social que se mantenían entre los primeros miembros de la humanidad, nos daremos cuenta de que si bien en un inicio, y no sabemos por cuanto tiempo, podía funcionar la ley de “ojo por ojo” que permitía quitarle la vida o la propiedad a otro ser humano para cobrar las ofensas, seguramente no pasaba mucho tiempo antes de que se decidiera depositar esa autoridad en una sola persona o un grupo de ellas, porque de otro modo, parece difícil pensar en el mantenimiento de la vida social, de manera que llegara hasta nuestros días.

Parece indiscutible la necesidad de regular las conductas de los hombres a través de algo externo a ellos, ya sea una autoridad vigilante o el castigo “en la justa medida” de la falta que se cometa.

Actualmente pareciera ser que estamos tan acostumbrados al castigo que, de hecho, medimos las conductas, las decisiones e incluso las trasgresiones de acuerdo con la proporción de castigo que nos corresponde por llevarlas a cabo. Desde la infancia se condicionan los comportamientos que pueden ser exhibidos en presencia de otros, reforzándolos de manera positiva, y se castigan o se ignoran los que no son permitidos socialmente. Pero, si el ser humano fuera tan simple, el castigo físico sería suficiente para erradicar desde la misma infancia las conductas no deseadas; sin embargo, he aquí la complicación para explicar por qué algunas persisten hasta la vida adulta e incluso se refuerzan sin importar que se aplique un castigo al ser observadas.

Algo pasa en el proceso de crecimiento que hace que los seres humanos introyecten conductas prohibidas, que con el paso del tiempo las vuelvan parte de sí mismos y que persistan en su ejecución a pesar de la culpa y el autocastigo; o talvez deberíamos pensar que es ese precisamente el objetivo: realizar actos prohibidos, cometer trasgresiones para después sentir el alivio de la culpa.

Entre los autores que han tratado el concepto de culpa se encuentran Freud y Nietzsche, éste último la relaciona directamente con los procesos de justicia entre las comunidades, pero también con el ámbito de lo psíquico, de lo individual, asegurando que está en estrecha relación con el concepto de deuda. Esta relación supone un tercer elemento: la crueldad.

En principio –tanto para Locke como para Nietzsche- quien había causado un perjuicio merecía una pena, un castigo “y para impedir que los hombres atropellen los derechos de los demás, que se dañen recíprocamente, y para que sea observada la ley de la Naturaleza, que busca la paz y la conservación de todo el género humano, ha sido puesta en manos de todos los hombres, dentro de ese estado, la ejecución de la ley natural; por eso tiene cualquiera el derecho de castigar a los transgresores de esa ley con un castigo que impida su violación”[2] . La contribución de Nietzsche a esta, aparentemente simple, resolución es el problema de la severidad, la cual esta determinada por el grado de cólera que padecía el afectado. Es la cólera; es decir, la emotividad personal, “la apasionada fogosidad o la extravagancia ilimitada de su propia voluntad”[3] , y no la gravedad del perjuicio, la medida de la sanción. Entonces la sanción se convierte en una forma de venganza en la cual no hay otra regulación que el monto de afecto causado. Esta lógica esta regulada por el capricho, entendido como lo incierto, lo no regulado, lo impredecible.

El ejercicio de la justicia propone la búsqueda de una equivalencia entre perjuicio y castigo: “en el estado de Naturaleza, un hombre llega a tener poder sobre otro, pero no es un poder absoluto y arbitrario para tratar a un criminal, cuando lo tiene en sus manos (…); lo tiene únicamente para imponerle la pena proporcionada a su trasgresión, según dicten la serena razón y la conciencia; es decir, únicamente en cuanto pueda servir para la reparación y la represión. Estas son las dos únicas razones por las que un hombre puede infligir a otro un daño, y a eso es a lo que llamamos castigo”[4] . La solución para Locke parece sencilla: ceder el poder y la libertad individual a un tercero, al gobernante, porque él, al no ser afectado por la trasgresión, no se apasiona y castiga de acuerdo a la gravedad de la falta.

Coincidiendo con estas ideas, Nietzsche propone que la medida del castigo esta determinada por la gravedad del perjuicio, traduciéndolo en el ejercicio de la justicia; es decir,  eliminar el afecto como determinador de la sanción, sólo de esta manera se puede confiar en que el trasgresor recibirá lo que merece, ni más, ni menos.

En un principio, se supone que bastaba con la restitución del bien o la propiedad para reparar un daño, pero ¿qué pasa con la vida humana? Esa  no se restituye, por lo tanto se debe cobrar con la vida del otro. Lo que llama particularmente la atención es el hecho del castigo traducido en dolor físico del culpable y no precisamente la restitución del daño con bienes materiales. El dolor que se ofrece como compensación, como algo que se entrega para pagar o reparar un daño causado. Pero ¿De dónde viene esa idea?, ¿Cómo llega la humanidad a la solución del sufrimiento como única alternativa para la reparación de la culpa?, ¿Cómo puede el dolor del culpable tener el poder de restituir un daño?, y sobre todo, ¿En qué momento y de qué manera el propio ser humano se convence de que aun cuando nadie sepa de su trasgresión, el único camino para liberarse es el castigo del dolor?

El acreedor, perjudicado y ofendido porque no obtuvo pago sobre algo que entregó, cambia su displacer por un contra/goce. Esta transacción es posible porque el mayor bienestar que puede obtener un ser humano se deriva del ejercicio de la crueldad, como lo afirma Nietzsche: "La crueldad constituye en alto grado la gran alegría festiva de la humanidad más antigua, e incluso se halla añadida como ingrediente a casi todas sus alegrías…"[5] . Si lo pensamos un poco, podemos relacionar prácticamente todas las fiestas –tanto las paganas como las religiosas- con actos en los que el otro tiene que sufrir, ya sea como pago de algún crimen o como muestra de una superioridad casi divina. El dolor nos hace merecedores de algo bueno: la reivindicación o la gloria.

"Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía - ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano - demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo "preludian". Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre - ¡y también en la pena hay muchos elementos festivos!"[6]

Por otro lado, Michel Foucault habla acerca del suplicio como un exceso o abuso del castigo. Con este término denota la particularidad de imponer una pena sobre un acto cometido que resulta inaceptable para algo que se halla establecido; no se puede aceptar tal acto, pero su rechazo no amerita llegar al extremo de proceder según el suplicio. La justificación de lo inaceptable del acto, es la raíz del problema de la moralidad.

Este autor empieza explicando el castigo a un nivel físico; es decir, que proviene de fuera del individuo, qué es ajeno a él y llega a una forma de castigo contenida en el sujeto mismo. Expone que a través de los siglos, y sobre todo con el paso de la monarquía a la república, junto con la forma de castigar, también se ha modificado profundamente el objeto a castigar. “(…) se siguen juzgando efectivamente objetos jurídicos definidos por el Código, pero se juzga a la vez pasiones, instintos, anomalías, achanques, inadaptaciones, efectos de miedo o de herencia.”[7] Es decir, que los jueces se han puesto a juzgar el ”alma” de los delincuentes y por lo tanto también a castigar esa parte intangible.

Foucault considera a su propia obra como “una historia correlativa del alma moderna y de un nuevo poder de juzgar.” Dentro de la misma explica de forma concreta las cuatro reglas generales en las que se basa su estudio: considerar el castigo como una función social compleja; adoptar en cuanto a los castigos la perspectiva de la táctica política; situar la tecnología del poder en el principio tanto de la humanización de la penalidad como del conocimiento del hombre; y examinar si esta entrada del alma en la escena de la justicia penal, y con ella la inserción en la práctica judicial de todo un saber científico, no será el efecto de una transformación en la manera en que el cuerpo mismo está investido por las relaciones de poder.

Si bien se ha dejado de lado el castigo físico, Foucault asegura que “incluso si no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso cuando utilizan los métodos suaves que encierran o corrigen, siempre es del cuerpo del que se trata.”[8] El autor explica que un alma, distinta de la concebida por la religión cristiana, “nace más bien de procedimientos de castigo, de vigilancia, de pena y de coacción. (…) Es el elemento en el que se articulan los efectos de determinado tipo de poder y la referencia de un saber posible, y el saber prolonga y refuerza los efectos del poder. (…) un <<alma>> lo habita y lo conduce [al cuerpo] a la existencia, que es una pieza en el dominio que el poder ejerce sobre el cuerpo. El alma, efecto e instrumento de una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo.”[9]

Foucault propone que el modo como surge (en la mente, en el espíritu de una época) esa idea de un castigo que sustituye al suplicio en una forma que nosotros seguimos arrastrando; es la misma idea actual. Dicho en sus términos: "La necesidad de un castigo sin suplicio se formula, en primer lugar, como un grito del corazón o de la naturaleza indignada: en el peor de los asesinos, una cosa al menos es de respetar cuando se castiga: su ‘humanidad’...". Sostiene que el cambio de objeto de castigo se ha dado en la medida en que el ser humano y la sociedad se conciben a sí mismos como seres superiores a los demás de la naturaleza, como seres que por sus características culturales e intelectuales no pueden trasgredirse a nivel físico –violento- sino más bien a nivel privado.

Otro autor, Sigmund Freud, en el mismo tono del castigo ya no a la vista de los demás, sino a nivel privado propone como respuesta -un tanto obvia-, que mediante la introyección de las normas morales de cada sociedad a través de la prohibición de lo inaceptable socialmente, durante la infancia los padres como representantes de la autoridad enseñan a los hijos los actos que pueden repetir y reprimen los que no. Para este autor un individuo es culpable en tanto esté preso de un afecto, el cual es una "variedad tópica de la angustia”[10] . Este afecto es llamado en principio "Conciencia de Culpa" y posteriormente "Sentimiento de Culpa", el cual se activa, como ya se ha mencionado, gracias a un juicio (que aprueba o desaprueba) en principio proveniente de los progenitores y posteriormente de una instancia psíquica que hace las veces de juez[11] .

La conciencia de culpa, a juicio de Freud, es más que todo una "angustia social"[12] , una angustia frente a la pérdida de amor, la cual emerge en un individuo cuando éste es sorprendido realizando un acto prohibido por los progenitores. Desde esta lógica sólo es culpable quien es descubierto en el acto.

Pero ¿qué es lo que activa esa modalidad de la culpa? Los progenitores le exigen al pequeño un acuerdo: recibirá el amor de ellos a cambio de que renuncie a la satisfacción pulsional[13] . El individuo en consecuencia –y a nivel inconsciente; es decir, que no tiene conocimiento consciente de este proceso- se debate entre dos bienes: el amor y la satisfacción de la pulsión. Tener uno implica renunciar al otro. Es así como se le exige al sujeto pagar con la renuncia a la satisfacción pulsional, para obtener a cambio el amor del otro. Freud explica la culpa como “dolor psíquico” que se impone el propio individuo por haber traicionado al otro y por poner en riesgo su amor. Es así como en este primer tiempo culpa, amor y pulsión se encuentran en estrecha relación.

Para este autor el sentimiento de culpa es "el problema mas importante del desarrollo cultural,...el precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de dicha provocado por la elevación del sentimiento de culpa"[14]

Este afecto, que le resta dicha al sujeto, es el resultado de la tensión entre el yo y la instancia psíquica que hace las veces de autoridad: el superyo. Si en un principio la culpa era la expresión de un conflicto entre la satisfacción pulsional y el amor del otro, ahora es el resultado del conflicto entre la satisfacción pulsional y el amor del superyo. Para que el yo obtenga la aceptación de esta instancia psíquica debe igualmente renunciar y acogerse a un pacto, exigencia que ya no proviene de un agente externo sino de una figura psíquica. Es en este momento cuando se puede identificar ese elemento que en nuestra cultura hemos llamado conciencia, “toma de conciencia” o “cargo de conciencia”, y es esa voz interna que obliga a confesar los pecados o a buscar un castigo para conseguir la absolución, para pagar por las trasgresiones cometidas como camino para la paz interna – personal.

Es decir, según el psicoanálisis, la necesidad de reivindicarse mediante el autocastigo –ya sea el remordimiento o la provocación por ser descubierto- proviene en un principio del exterior. Son los padres quienes a través de la educación y la imposición de las normas morales convencen de manera inconsciente y constante al niño de lo que está bien visto en nuestra sociedad y de lo que se considera prohibido.

Si pensamos profundamente acerca del sufrimiento, más aspectos se pueden ofrecer para enriquecer esa mirada. Es una creencia generalizada que el sufrimiento lava los pecados del corazón, tanto si se trata de un sufrimiento propio que siempre es o puede ser también una expiación, como si se trata de compasión, como ya advirtió Aristóteles. El sufrimiento puede ser tan intenso que destroce las convicciones más fuertes y orgullosas de un hombre y le enseñe la humildad. También sabemos –por las enseñanzas religiosas, que forman parte importante de la moral- que el sufrimiento resguarda también del pecado. El hombre atrapado en el dolor es limpiado de pecado y ya no puede fácilmente volver a pecar, quizá porque ha advertido el vínculo de causalidad entre pecado y sufrimiento.

"El sufrimiento es la consecuencia del pecado y del mal. Pero al mismo tiempo el sufrimiento es redención", asegura Dostoievski mediante sus escritos y apuntando con ello a los dos significados más importantes del sufrimiento. El sufrimiento terreno tenemos que concebirlo como consecuencia de la caída en pecado, por muy incomprensible que también sea ésta. Una parte del sufrimiento la reconocemos como efecto de la infracción de la ley moral, cuyo seguimiento, por su parte, trae alegrías. Alegría y sufrimiento, por tanto, a menudo acompañan o suceden al bien y al mal.

Desde un punto de vista puramente natural, el hombre a menudo no quiere sufrir, pues, ¿para qué consentir con ello? Puesto que la vida da muchos más sufrimientos que alegrías, si el hombre tiene una visión lo suficientemente lúcida, no querrá ya consentir en seguir viviendo. Se ve situado en la siguiente alternativa: "O bien largos sufrimientos y luego la muerte, o bien un sufrimiento breve y luego la muerte", y preferirá la última posibilidad. Pero si acepta el significado superior del sufrimiento, entonces no huirá de él, si consigue el convencimiento de que éste es necesario para la purificación de su alma, aun cuando el hombre sea inocente del sufrimiento que le aqueja y tenga que cargarlo por otro.

Pero por muy importante que sea el sufrimiento, no es ni puede ser el fin último de la vida humana, sino que tiene que ser superado finalmente en un estadio superior de pureza moral, de belleza espiritual y de alegría perfecta. La alegría después del sufrimiento se diferencia de la alegría original en que aquélla ha atravesado por el sufrimiento, y de algún modo ha sido iluminada por él.

En conclusión, el castigo físico, presente durante siglos en la vida de la humanidad, nos ha enseñado -nos ha condicionado- que existen comportamientos “bien vistos” o aceptados socialmente; así como otros que son prohibidos o inaceptables –algunos de los cuales sólo pueden llevarse a cabo en la esfera privada-. Desde la más temprana niñez se enseña esta realidad y se instaura poco a poco una moral que hace que de manera interna en cada individuo exista una representación de la autoridad externa que no le permite actuar fuera de la ley, incluso aunque el ser humano no conozca del todo las normas de su sociedad.

Existe un componente interno –que bien podemos decir se trata de una imposición social conciente, pero esta respuesta resulta demasiado fácil de justificar-  que guía a los seres humanos por lo que en cada cultura se considera correcto o aceptable. No cabe duda de que este componente se alimenta de la experiencia externa, de las normas civiles, de la ley, de la religión y del temor al castigo, y que se presenta en cualquier momento para mantener un equilibrio personal y social, aun cuando creemos que no sentiremos culpa porque no hemos sido descubiertos. Pero como el corazón delator de Edgar Allan Poe o como el Raskolnikov de Dostoievski, que terminan por confesar, por gritar su culpabilidad para ser castigados, a pesar de que ya habían logrado ser considerados inocentes.

 

¡Oh Dios! ¿qué PODÍA yo hacer? ¡Lancé espuma -- enloquecí -- maldije!
Movía la silla en la que había estado sentado, y la hacía rechinar sobre las tablas, pero el ruido se levantaba sobre todo y continuamente aumentaba.
 Se hizo más fuerte -- más fuerte -- ¡más fuerte!
Y todavía los hombres charlaban gratamente, y sonreían. ¿Era posible que no lo oyeran?
¡Dios Todopoderoso! -- ¿nada, nada? ¡Ellos oían! -- ¡ellos sospechaban! -- ¡ellos SABÍAN! -- ¡ellos se estaban burlando de mi horror! -- esto pensé, y esto pienso.
¡Pero cualquier cosa era mejor que esta agonía! ¡Cualquier cosa era más tolerable que este desprecio!
¡Ya no podía soportar más esas sonrisas hipócritas! ¡Sentí que debía gritar o morir! -- y ahora --otra vez --¡escuchen! ¡más fuerte! ¡más fuerte! ¡más fuerte! ¡MÁS FUERTE! –
"¡Villanos!" grité, "¡no disimulen más! ¡Admito el acto! -- ¡arranquen las tablas! -- ¡aquí, aquí! -- ¡es el latir de su horrible corazón!

Bibliografía

DOSTOIEVSKI, Hedor M., Crimen y Castigo. Ed. Porrua, 1ª edición, 1968.

FOUCAULT, Michel: VIGILAR Y CASTIGAR. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI editores, Buenos Aires 2004.

FREUD, Sigmund. El Malestar en la Cultura> Obras completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979

Edgar Allan Poe, Narraciones Extraordinarias, Ed. Libertador, Buenos Aires, 2004.

 

 

[1] Locke, John, Ensayo sobre el gobierno civil, en Antología Teoría política, UAEH, pp. 169.

[2] LOCKE, John, Ensayo sobre el gobierno civil, en Antología Teoría política, UAEH, pp. 170.

[3] Ibid, p.p. 170.

[4] Ibid, p.p. 170.

[5] NIETZSCHE, Friedrich. La genealogía de la Moral. p.p 75.

[6] Ibid, p.p. 76.

[7] FOUCAULT, Michel: VIGILAR Y CASTIGAR. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI editores, Buenos Aires 2004.

[8] Ibid, p.p. 21

[9] Ibid, p.p. 27

[10] FREUD, Sigmund. El Malestar en la Cultura> Obras completas. Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1979. p.p. 131.

[11] La instancia, nombrada por Freud como SUPERYO, se instaura durante la niñez temprana mediante la prohibición y las normas morales de cada sociedad; estas normas son enseñadas por los padres, quienes también castigan cuando las reglas son violadas por el niño. El superyo representa a  nivel inconsciente a la moralidad y al ideal del YO; es decir, lo que el ser humano quiere llegar a ser pero que es inalcanzable, éste ideal sirve como medida para vivir “normalmente” en sociedad: apegado a las normas.

[12] Ibid, p.p. 121.

[13] La pulsión es  es la tensión corporal que tiende hacia distintos objetos y que se descarga al acceder a ellos, aunque de manera momentánea, ya que la pulsión nunca se satisface completamente. Según el psicoanálisis el niño debe aprender a controlar la pulsión, a postergar la demanda y consecución de placer o satisfacción.

[14] Ibid, p.p. 130.

 

[a] Profesora de la Escuela Preparatoria No. 4