Antecedentes históricos de las relaciones amorosas en la adolescencia y los problemas psicológicos que se generan durante estas (Capitulo uno)

Resumen

Dentro del presente documento podremos encontrar la evolución que han tenido las relaciones amorosas o de pareja conforme el tiempo ha ido avanzando; comenzando con los orígenes, características y estilo de estas mismas durante la época de la prehistoria, continuando con algunos de los lugares más reconocidos por su cultura como Egipto, Grecia y Roma; después con la ubicación temporal de la edad media y los siglos continuos a esta como los siglos XVI, XVIII, XIX y XX; y para finalizar y comparar lo actual con décadas pasadas se abordan las relaciones amorosas durante los años 60´s y 80´s. de la misma manera para que contenga toda la información histórica sobre las relaciones amorosas se aborda la época actual.


Palabras clave: Amor, Evolución, Relaciones amorosas, Pareja

Abstract

Within the present document we will be able to find the evolution that have had the amorous relationships or of couple as the time has been advancing; Beginning with the origins, characteristics and style of these same ones during the time of the prehistory, continuing with some of the places more recognized by its culture like Egypt, Greece and Rome; Later with the temporary location of the average age and the continuous centuries to this like centuries XVI, XVIII, XIX and XX; And to finish and compare the current with past decades, the relationships between the 60's and 80's are dealt with. In the same way so that it contains all the historical information on the amorous relations is approached the present time.


Keywords: Love, Evolution, Love relations, Couple

Surgimiento del amor

Desde el inicio de los tiempos siempre ha habido la necesidad de que los dos sexos (mujer y hombre) se relacionen con la finalidad de que en un futuro se casen y así la especie pueda perdurar, lo cual es un instinto. El apego a sus allegados se demostraba en la consideración que tenían con los muertos y la decoración del acto fúnebre, y el amor propio se notaba en sus vestimentas además de la preocupación por sus ornamentas. Por eso se puede afirmar que fue la base para la creación y el surgimiento del amor para lo cual necesitaban de la comunicación.

El amor es una construcción cultural y cada período histórico ha desarrollado una concepción diferente del amor. Y es muy importante mencionar que el tipo de amor que se presenta durante las relaciones amorosas es el amor romántico es cual se define como una manifestación de atracción física, entre dos personas, como la afinidad compartida por dos individuos, también podríamos decir que el amor es un sentimiento que comparten dos personas aleatorias que se encuentran y no pueden evitar atraerse entre sí. A pesar de que las relaciones amorosas de los adolescentes no siempre han tenido el mismo significado, siempre han estado presentes, y no solo durante la adolescencia, sino también en las otras etapas de la vida humana pero en los tiempos actuales, la adolescencia es la etapa donde mayormente se generan los noviazgos y es también donde se centra la problemática de la investigación que se realiza.

Origen mitológico del amor

Cuando la Tierra era plana, las nubes estaban hechas de fuego y las montañas alcanzaban el cielo. En ese entonces, reinaban seres con dos pares de piernas, dos pares de brazos y con dos caras unidas a una misma cabeza gigantesca. Estas caras nunca interactuaban entre sí, aunque podían ver todo alrededor, nunca conversaban y tampoco sabían nada del amor.

Estos seres tenían 3 sexos distintos; unos tenían la apariencia de dos hombres unidos y eran llamados “Hijos del Sol”. Las “Hijas de la Tierra” eran similares, pero ellas tenían la apariencia de dos mujeres unidas; y por último, se encontraban los “Hijos de la Luna”, eran parte Sol y parte Tierra, hombre y mujer.

Los Dioses asustados por el poder y la fuerza que estos seres tenían, decidieron acabar con ellos, ya que ellos no les temían a pesar de su superioridad. Así pues, Thor dijo: “Los mataré a todos con mi martillo, tal como hice con los gigantes”. Zeus opinaba distinto y les dijo “No, usaré mis rayos y los cortaré a la mitad. Así como corté las piernas de las ballenas y reduje a los dinosaurios a lagartijas”.

Y así lo hizo, cayeron bolas de fuego del cielo mientras Zeus lanzaba sus rayos afilados como cuchillas a los hijos del Sol, Luna y Tierra. En ese momento algún dios hindú, se abrió paso colocando un pequeño orificio en el vientre de los recién formados seres, al cual llamaron ombligo.

Éste, sirve como recordatorio de lo sucedido; un suceso que seguramente se repetirá si dejamos de respetar a esos Dioses que nos vigilan. Por tanto, terminaríamos saltando en un solo pie, con un solo brazo y viendo al mundo con un solo ojo. Mientras tanto, Osiris y los dioses del Nilo crearon una gran tormenta, un huracán que alejó a una mitad de otra.

Hubo dos seres recién formados que se encontraron, los acaban de dividir. Se miraron y no pudieron reconocerse, ya que se encontraban llenos de sangre. Por su expresión, algo en ellos les indicaba que el dolor de sus almas era el mismo; ese dolor que llegaba directo al corazón, ese que llamaron amor. Se  acercaron el uno al otro y se abrazaron fuertemente, tratando de volver a unirse consumaron un acto que denominaron hacer el amor.

Fue una noche fría y oscura hace ya mucho tiempo, cuando nos convertimos en criaturas solitarias con dos piernas, dos brazos y un solo rostro. Cuando nació el amor.

Antecedentes de las relaciones amorosas durante la prehistoria

Las relaciones amorosas tienen su aparición desde hace aproximadamente unos 5 o 7 millones de años, y se suele imaginar a los hombres prehistóricos como unas bestias peludas que arrastraban a sus mujeres por las piojosas cabelleras y que las incitaban al amor a puro garrotazo, pero no es así, cuando nuestros primeros ancestros que eran unos primates comenzaron a poblar la tierra, ellos  vivían organizados en comunidades, aunque los conceptos de pareja, familia y fidelidad no existían todavía. Lo más normal de esos tiempos era la poligamia, es decir que una hembra mantenía relaciones con varios machos y los machos mantenían una competencia  despiadada y feroz para copular con todas las hembras de la tribu. Las hembras entonces se preocupaban del cuidado de las crías y los machos de la protección del grupo. En aquellos tiempos nuestros antepasados eran unos nómadas puesto que se trasladaban y cambiaban de lugar de asentamiento constantemente. Por lo cual, el sistema  polígamo fue la norma principal durante ese periodo de tiempo.  

Concretamente, cuando nuestros antepasados empezaron a caminar sobre las piernas, los bebés se volvieron más frágiles al nacer antes, por lo que se prestó especial atención al cuidado de los niños. Las crías humanas necesitaban del cuidado de los adultos para desarrollarse. Y surgió así el principio de monogamia, puesto que al macho empezó a interesarle quedarse con una sola hembra para cuidar a la cría hasta que fuese más autosuficiente. Y para perpetuar la especie el hombre comenzó a organizar su vida en torno al bebé.

Los cromagnon

El hombre de Cromagnon fue uno de nuestros antepasados, que habitó la Tierra hace unos 50.000 años. Vivían en cuevas que habitaban durante gran parte de sus vidas, ya que eran seres sedentarios que raramente cambiaban de vivienda. Eran cazadores y recolectores. Las mujeres se encargaban de la recolección mientras que los hombres se ocupaban de cazar. Tenían nuestro mismo cerebro y por lo tanto experimentaban las mismas emociones, sentimientos, celos, deseos y pasiones que actualmente experimentamos durante nuestras relaciones amorosas.

Occidente y oriente

Los primeros poblados aparecieron aproximadamente hace unos 10.000 años a. C. El hombre se había hecho agricultor y criaba animales. Quería, además, transmitir la tierra a sus hijos, para lo cual tenía que asegurarse de que realmente eran hijos suyos. Y para tener la certeza de que así era, se inventó una organización social de la pareja. Se necesitaban entonces unos sistemas sociales que garantizasen una estabilidad. A partir de ahí surgió en Occidente y posteriormente en otras partes la idea del reparto estricto de las labores entre hombres y mujeres y éstas se centraban cada vez más en las labores domésticas.

El amor pasional es una construcción de Occidente. En Oriente y en buena parte de nuestro pasado es concebido como placer, como simple voluptuosidad física, y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, no solamente es escasa, sino que además, y sobre todo, es despreciada por la moral corriente como una enfermedad frenética.

Antecedentes de relaciones amorosas en el antiguo Egipto

Comenzando por los habitantes del país del Nilo, en el antiguo Egipto se separaba el concepto de matrimonio, que para ellos consistía en un contrato redactado en pie de igualdad por ambas partes, de los hábitos sexuales (esta mentalidad veremos que tiende a ser una constante en todo el mundo antiguo hasta bien entrada la edad moderna). Los egipcios no se preocupaban por el hecho de que los hijos fuesen legítimos o no, por el contrario lo único que les importaba era la fertilidad y la capacidad de procrear. Para los antiguos egipcios el sexo era tan propio de la condición humana que no merecía grandes discusiones, era simplemente un aspecto más del día a día y por lo tanto formaba gran parte de sus relaciones amorosas que entablaban día con día; y al comparar esto con lo que actualmente ocurre durante las relaciones amorosas de los adolescentes no hay gran diferencia puesto que es muy normal dentro de las parejas actuales.

Antecedentes de la formación de relaciones amorosas en Grecia

En la antigua Grecia la mujer carecía de derechos políticos. Su vida se orientaba a su función primordial, la de tener hijos, preferentemente varones. Recibía la educación imprescindible en casa (labores domésticas, tejer, y otras diversiones) hasta que se hacía mayor y podía acudir a la escuela. Cuando la niña tenía alrededor de los 13 y 15 años, los padres concertaban un matrimonio, eligiendo al pretendiente más adecuado. La chica iba con una dote, destinada a protegerla en caso de que el matrimonio fracasara por cualquier motivo, y el novio debía a su vez comprar y hacer regalos a la familia. Tras la boda, tocaba estar encerrada en la zona de la casa para mujeres o gineceo y criar a los  hijos, y por supuesto llevar y arreglar la casa. Cuanto más alta la clase social de los esposos, más duro era este régimen: las mujeres de clases bajas aún podían salir a la calle, incluso sin ir acompañadas de un hombre, ir al mercado o regentar algún negocio. Aun así no podían acudir a los espectáculos deportivos y mucho menos participar dentro de estos a excepción de  las espartanas. En tan estimulante vida no tenía cabida el amor entre esposos, tal como lo conocemos en la actualidad. En la mentalidad griega, dentro del matrimonio, como mucho, podía aparecer en ocasiones lo que llamaban philía, que significa cariño. Pero el arrebato sexual, la pasión desatada o eros, eso se daba fuera de la institución familiar. La esposa sólo acudía a la cama de su marido cuando éste la requería, era frecuente en los varones helenos el uso de esclavas o concubinas, si era muy rico y se las podía permitir, o en su defecto acudiendo a la amplia oferta de prostitución a su disposición en las polis. Mientras que las esposas eran para tener una descendencia legítima y para que fuesen las guardianas fieles del hogar. Por lo que el hombre podía tener una vida sexual muy diversa, pues podía tomar cuanto quisiera para satisfacer sus necesidades sexuales.

Por lo tanto se puede mencionar que las esposas desde ese momento al ser rechazadas por su esposos, ser privadas de las libertad de amar a quienes ellas querían realmente y ser sustituidas por otras mujeres presentaban algunos problemas psicológicos tales como los celos, baja autoestima, trastorno de la personalidad, dependencia patológica, frustración, depresión, odio y en los casos más extremos donde la mujer llagaba a sentir algo de cariño por su esposo pero él la rechazaba ella se mataba.    

El matrimonio era una obligación para los ciudadanos. La ley perseguía a los solteros porque no cumplían con su deber el cual era que tenían que casarse para tener muchos hijos y, por ende, muchos soldados para el imperio. Y todo esto estaba bajo el control de los padres de los futuros esposos. El matrimonio era un contrato familiar a efectuar entre dos familias (ambas llegaban a un entendimiento y hacían una especie de juramento). En muchas ocasiones, en cuanto nacía la niña o el niño, ya se sabía con quién se iba a casar y a menudo los futuros esposos se conocían durante la ceremonia. El matrimonio griego era como una empresa y tenía que cerrar un buen trato entre las dos familias: la familia del chico le entregaba a éste una parcela de tierra y la familia de la chica le entregaba a ésta muebles u otros bienes. Era una conjunción de intereses en la que cual cada quien aportaba lo que le faltaba al otro y la pareja conseguía sobrevivir en el seno de la comunidad. El padre, al entregar a su hija al futuro esposo, consentía que éste se convirtiese en el dueño de ella. Y la mujer tenía la obligación de serle fiel a su esposo y si no cumplía con su compromiso ella, se enfrentaba a la repudiación de su esposo, padres y sociedad; mientras que en el caso del hombre no ocurría así; incluso tenían un pequeño aren en casa a su disposición.

Origen del complejo de Edipo

El complejo de Edipo es un concepto que surge de las teorías clásicas de Sigmund Freud. Este término psicoanalítico tiene su origen en una obra de la antigua Grecia, donde Edipo, hijo del rey de Tebas, acaba por matar a su padre y ocupar su puesto, casándose con la reina Yocasta, su madre. Freud se sirvió de esta obra para explicar una de las primeras etapas del desarrollo psicosexual del niño, que ocurre entre los tres y los cinco años de edad, en la cual se produce una modificación de su conducta, de tal modo que idealiza a la madre, aflorando hacia ella un sentimiento de amor, y mostrándose acaparador con ella, en competición con cualquier otro varón que le quite su atención y rivalice con su cariño, normalmente el padre, quien se convierte en objeto de sentimientos de alejamiento y odio.

Los sentimientos positivos orientados hacia la madre se expresan con mayores atenciones, con un comportamiento ejemplar, buscando tenerla siempre contenta, y compartir más tiempo juntos, casi como un enamorado, con expresiones como “Soy quien más te quiere en el mundo” o, dirigiéndose al padre, “El novio de mami soy yo, no tú”, además de darla regalos hechos por él mismo, cartas y notas con corazones, o flores que recoge en el parque de camino al cole.

Por el contrario, muestra profundos sentimientos negativos hacia el padre, que es el competidor más directo del cariño de su madre. Estos sentimientos se expresan en forma de enojos y rabietas, sin hacerle caso y con comportamientos de desobediencia que buscan provocar y enfadar al padre, todo ello para expresar su desacuerdo con que le esté quitando protagonismo delante de la madre.

Este complejo, según el padre del psicoanálisis, es universal y afecta a todos los pequeños entre los tres y cinco años de edad, y su resolución se produce de forma natural con el paso del tiempo, despareciendo en torno a los seis años, sin mayores consecuencias. Es por ello que con un correcto conocimiento de esta etapa por parte de los padres se evitarán malos entendidos y preocupaciones innecesarias.

Antecedentes de la formación de relaciones amorosas en la antigua Roma

En la antigua Roma la mentalidad y costumbres de los helenos, serán reinterpretadas y adaptadas. En lo que al matrimonio y el establecimiento de un núcleo familiar se refiere, la mecánica era similar a la que ya hemos visto. La boda era concertada, generalmente un poco más tarde que los griegos, alrededor de los 18 años, por el jefe del clan familiar, el pater familias, que entregaba una dote a la muchacha. Formalmente, el padre o tutor cedía sus derechos sobre la novia al marido, y la dote cumplía la función de garantía económica de la chica. Igual que en Grecia, el papel que se esperaba que cumpliese la mujer romana es el de matrona; concebir hijos preferiblemente varones y ejercer de abnegada esposa totalmente supeditada a su marido. Sin embargo, las romanas sí tenían derechos políticos, ya que poseían la ciudadanía que se les negaba a las griegas, aunque se les consideraba una especie de menores de edad. Pero una vez casadas, podían incluso salir a la calle sin necesidad de ser acompañadas por un hombre, acudir acompañadas al teatro o algún banquete y ocasionalmente visitar a las amigas. En el plano sentimental, los romanos compartían la distinción griega entre el afecto por la esposa por una parte y las bajas pasiones por otro. El matrimonio tenía como objetivo perpetuar el linaje, y en las clases altas, forjar alianzas políticas y sociales. En ese aspecto, el amar a la esposa era algo que estaba fuera de lugar, nadie se lo tomaba en serio. Por otra parte, como uno se puede imaginar, la proliferación de esclavos domésticos tuvo un efecto multiplicador en las posibilidades de tener encuentros sexuales al alcance de los ciudadanos romanos, sobre todo los acomodados. Las mujeres casadas podían recibir visitas libremente, siempre y cuando mantuvieran una serie de códigos morales y sociales determinados, se dice que algunas mujeres romanas acomodadas pagaban cantidades desorbitadas por pasar la noche con un gladiador o con un atleta musculoso. Todo esto no fue óbice para que floreciese la prostitución, que curiosamente no tenía nada de escandaloso en el mundo antiguo. Se trataba en este caso de una costumbre habitual de los romanos de clases bajas que no podían costearse esclavos, la mayoría de burdeles se concentraban en los barrios populares y se encontraban mujeres que eran pobres y no tenían ningún futuro para tener una vida digna.

Formación de las relaciones amorosas durante la edad media

Un poco más adelante, en la Edad Media, la consideración de la mujer sigue sin cambiar demasiado; también se ve como una especie de posesión imprescindible para fundar una familia, por lo que los matrimonios siguen la línea patriarcal que ya hemos visto en la Antigüedad. La boda la pactan los padres de la muchacha, que fijan la dote y reciben una cantidad estipulada por parte del novio en concepto de la “compra” del poder paterno sobre la chiquilla. Si la boda es sin consentimiento paterno, se paga el triple. Si no se casa con la novia pactada, se paga una multa estratosférica a la familia afectada. Si se finge un secuestro, curiosamente sólo el doble, pero es que la muchacha pasa a ser oficialmente adúltera. El concepto de amor matrimonial tampoco cambia en exceso, dentro del mismo, sólo había lugar a un sentimiento de “caritas” y las relaciones sexuales se limitaban a la “honesta copulatio” con vistas a engendrar. El amor, que define la pasión y el instinto, es siempre extraconyugal. En esta época también aparece la idea del amor cortés que suponía una concepción platónica y mística del amor, era una forma de amor secreta (en muchos casos implicaba adulterio), generalmente no se practicaba en parejas formales (solía darse entre miembros de la nobleza). Los hijos bastardos llegarán a ser muy comunes en la Edad Media, la prohibición de tener relaciones previas al matrimonio y el atractivo de la dote (a menudo falsa) empujaban a los esposos – y a sus interesadas familias – a casarse jóvenes, así que el efecto se agravaba; esa combinación de factores facilitaba el fracaso matrimonial, y si lo juntamos con la escasa eficacia de la represión sexual eclesiástica, tendremos completo el cuadro de relaciones ilícitas frecuentes y en última instancia, la comentada abundancia de hijos ilegítimos.

Formación de las relaciones amorosas a mediados de la edad media

Unos años más en la Edad Media, la Iglesia cristiana tomó el poder y empezó a imponer su ley dentro de las relaciones de pareja: por primera vez en la historia, el hombre tenía que casarse para toda la vida. Y este vínculo no se podía romper, ya que todo estaba bajo la atenta mirada de Dios por lo que las parejas no se podían romper, por muy mal que fuese la relación. Incluso, como los hombres no podían volverse a casar, lo que hacían era matarla para romper ese vínculo conyugal. La Iglesia también impuso la fidelidad a los esposos, por lo que el adulterio era un delito tanto para hombres como para mujeres. También se llegó a criminalizar el placer (el cual fue considerado pecado). La sexualidad sólo servía para concebir hijos y fue eliminado de la vida conyugal. En definitiva, amor y matrimonio no estaban necesariamente relacionados. Incluso cuando en la época de los trovadores  el amor empezó a idealizarse, este sentimiento no se relacionaba con el esposo o la esposa. Andrés el Capellán, que formaba parte de la corte de María de Francia que era la condesa de Champagne, una de las grandes promotoras del amor cortés, escribió en su obra De amore una serie de 31 reglas sobre este asunto, entre ellas, que “el matrimonio no era una excusa para no amar”. Es decir, que estar casado o casada no eximía de amar a alguien distinto de la pareja. El amor, por tanto, se identificaba con el adulterio. De hecho, Andrés escribió que estas reglas habían sido traídas a la corte francesa por un caballero bretón de la corte del rey Arturo, cuyo amor exaltado y adúltero por la reina Ginebra condujo al desastre al reino ideal de Camelot. Por otro lado se encontraban Pedro I de Portugal e Inés de Castro, quienes vieron truncada su pasión por el deseo del padre del enamorado. Éste, al ver que el futuro rey Fernando I de Portugal era un niño frágil mientras que los hijos bastardos de doña Inés eran más robustos y en el futuro reclamarían sus derechos monárquicos, decidió cortar por lo sano y terminar con la enamorada. Lo siguiente fue intentar conciliar el amor con el matrimonio, aunque dicho “amor” se concebía como el “amor a Dios”, un amor puro, casto, caritativo, que nacía después del matrimonio. Esto daba sentido al matrimonio entre personas que no se conocían. Pero no todos quedaron satisfechos, ya que los campesinos no tenían herencias que transmitir. Sin embargo, los tiempos cambiaron. No lo hacían porque socialmente no se valoraba el amor, pero los jóvenes deseaban enamorarse y casarse con la persona amada, por lo que este ideal empezó a propagarse.

Época Victoriana

La Era Victoriana fue un tiempo en el que el amor romántico se percibía como un requisito del matrimonio, pero había reglas estrictas sobre cómo había que perseguir ese tipo de lazos.

El cortejo era muy formal, con incluso más reglas a medida que los amantes escalaban en la escala social. De hecho, muchas parejas no podían verse sin la presencia de un acompañante y las propuestas de matrimonio se hacían frecuentemente por escrito.

Relaciones amorosas durante los siglos XVI al XVIII

Entre los siglos XVI y XVIII continuaban existiendo de forma simultánea el matrimonio de conveniencia y el amor romántico no sexual (cuyo origen era el amor cortés medieval). En los últimos 200 años de nuestra historia se ha sufrido cambio de mentalidad abismal en las sociedades occidentales, que va a modificar por completo la concepción del amor romántico y la sexualidad, lo cual no es nada sorprendente si tenemos en cuenta que esta época está marcada por revoluciones de todo tipo, que transformarán radicalmente la forma de vivir y de concebir el mundo de los humanos. Había historias románticas en la Edad Media, pero la gente no pensaba en casarse por amor. Tampoco pensaban que fuera aceptable divorciarse sólo porque no te gustaba tu pareja. Lo fundamental en la familia no era el amor. Lo principal era crear una unidad económica que protegiera al individuo. No es que el amor romántico apareciera de repente, sino que pasó de ser algo marginal a ser algo fundamental

En Europa, a finales del siglo XVIII e inicios del XIX a primera vista persiste el modelo tradicional de familia con su división de roles; la mujer como una especie de menor de edad histérica incapaz de controlar sus emociones, dedicada únicamente a procrear y criar hijos. Oficialmente, por tanto, el sexo se circunscribe al ámbito del matrimonio. Pero a pesar del machismo imperante incluso entre los ilustrados, las cosas empiezan a moverse en otra dirección. La sociedad se transformó, y el modelo clásico estamental ya no sirve. El romanticismo, representó un movimiento ideológico durante la primera mitad del siglo XIX que ubicó en primer lugar las fuerzas irracionales, las intuiciones, los ensueños, los instintos y la pasión amorosa.

La mentalidad cambio, los hombres modernos, los liberales, demandaron libertad y derechos universales, racionalidad científica y fe en el progreso humano. En esta búsqueda de libertades arrastraron también, aunque de un modo tangencial, a la mujer. Es el caldo de cultivo idóneo para ideas tan novedosas como la del matrimonio por amor; por toda Europa aumento el número de matrimonios realizados desde ese prisma, empiezo a florecer el concepto de amor romántico. Favorecido también por el desarraigo que provoca la emigración a la ciudad para trabajar en las nuevas fábricas y telares: las personas ya no tienen la imperiosa necesidad de ligarse a una comunidad mediante la vía matrimonial, así que casarse toma otro sentido, más personal e íntimo.

El amor romántico incidió más en las mujeres debido a la promoción moderna del ideal de felicidad individual y la legitimación progresiva del matrimonio por amor. Muchas vieron en esta institución (del matrimonio) la posibilidad de alcanzar una autonomía, de lograr la libertad a través del amor, de sumergirse en la armonía y la felicidad conyugal.

Ello propició lo algunos denominan la “primera revolución sexual”, que se acompaña de una mayor atención hacia los propios sentimientos, un compromiso femenino más completo con la relación amorosa, una “sexualidad afectiva” que privilegia la libre elección de la pareja en detrimento de las consideraciones materiales y de la sumisión a las reglas tradicionales.

Relaciones amorosas durante el siglo XIX

A finales del siglo XIX, en Europa el estado proponía una versión laica de las obligaciones y deberes que la Iglesia había impuesto durante mucho tiempo. En Francia, el código napoleónico regulaba el matrimonio: la pareja era una familia con un cabeza de familia que tenía todo el poder. La función de la mujer era tener hijos y era propiedad del hombre. Los esposos se debían fidelidad mutua y, mientras que el marido debía proteger a su mujer, ésta debía obedecer a su marido. El divorcio seguía siendo prácticamente imposible y el placer seguía siendo un tabú. No obstante, algunas mujeres empezaron a aventurarse algo más que lo habitual en el terreno de las infidelidades conyugales.

Relaciones amorosas en el siglo XX

Avanzado el siglo XX aparecieron las primeras demostraciones públicas del sentimiento amoroso. Los jóvenes vivían y trabajaban en las ciudades, lejos de sus familias, tomando las riendas de su vida. Empezaron entonces a desafiar las normas establecidas, criticando la ley, la tradición y los matrimonios arreglados. Fue cuando se empezó a hablar de pareja tal y como hacemos hoy en día. Los jóvenes empezaron a enviarse postales y cartas románticas. También era la primera vez que el hombre y la mujer empezaban a elegirse y fue el principio del fin de los matrimonios arreglados.

Relaciones amorosas en los años 40´s

En los años 40, después de la II Guerra Mundial, Europa necesitaba niños y la política familiar estaba en pleno apogeo: existían leyes muy estrictas que regulaban la vida privada (promoción de la maternidad y prohibición del aborto). La familia era lo primero y lo más importante. El niño era la razón de ser de la pareja, una vez más. Los hombres trabajaban para llevar dinero, mientras que la mujer se quedaba en casa (incluso muchos defienden que su misión era mantener la casa coqueta para que su marido tuviese ganas de volver a casa después del trabajo, encontrándose así un entorno familiar confortable y agradable). De la mujer se esperaba que, al poco de casarse, estuviese embarazada. Por otra parte, no podía trabajar sin la autorización de su marido (éste era quien le daba una cierta cantidad de dinero cada mes). En aquel momento, a los ojos de la ley, la mujer debía obediencia a su marido. El modelo era la autoridad del hombre (en el matrimonio y fuera de él). El divorcio seguía estando mal visto; de hecho, era propio de “mujeres sin principios” y los hijos de padres divorciados estaban prácticamente “condenados al fracaso”. Nadie recibía a divorciadas, porque estaban solas y se corría el riesgo de contrariar al marido. Se tenía muy en cuenta la opinión del marido, ya que éste representaba el bien y el valor económico. El matrimonio era para toda la vida y no había que divorciarse por los hijos.

Relaciones amorosas en los años 60´s

A finales de los años 60 se produjo una revolución en Occidente: se protestó contra el orden establecido bajo todas sus formas. De repente empezó a tambalear un modelo que se había venido manteniendo desde hacía miles de años. Era un momento clave en el que se pasó de la noción de familia a la de pareja. El ideal de la pareja se convirtió en el de dos individuos que querían ser felices y desarrollarse juntos, sobre todo sexualmente. Tal es el caso del movimiento de Mayo de 1968, en el que se reivindicaba que los chicos y chicas pudieran ir a los campus universitarios femeninos y masculinos, respectivamente. Muchos estudiosos consideran este movimiento como una reivindicación del propio cuerpo y de la propia sexualidad (tanto del hombre como de la mujer, pues hasta el momento ambos habían tenido que afrontar sus correspondientes prohibiciones). Entonces el placer empezó a no ser pecado y se defendía la libertad en todos sus sentidos. Las prácticas sexuales previamente perseguidas, prohibidas, reprobadas y calificadas de perversas, se convirtieron en prácticas lícitas. Constituyó, pues, una auténtica revolución que fue posible también, en parte, gracias a la comercialización de la píldora anticonceptiva. Esto liberó a la pareja, eliminando la angustia ante la posibilidad de un embarazo no deseado. Para las feministas fue el resultado de una larga lucha. Se podía decidir sobre la maternidad y sobre el placer. También coincidió con el descubrimiento del papel del clítoris en la sexualidad de femenina. Por lo que la familia ya no era un paso obligatorio: la pareja podía existir con o sin niño. Al mismo tiempo, el marido fue perdiendo la autoridad histórica que tenía sobre la mujer; ante la ley, el hombre ya no era el cabeza de familia. A partir de entonces, la mujer podía trabajar sin la autorización del marido, por lo que también constituyó el principio del fin de las amas de casa. Básicamente, se rechazaba la autoridad y las jerarquías (como la de la pareja y la de la familia, en las que normalmente había un jefe (esposo) y por debajo el resto (esposa e hijos). A partir de este momento, una pareja la constituirían un hombre y una mujer a partes iguales. De hecho, todavía se siguen valorando todas las consecuencias de este cambio.

Y a lo largo de las últimas décadas en la cultura occidental esta relación se ha ido estrechando cada vez más, llegando a considerarse que el amor romántico es la razón fundamental para mantener relaciones matrimoniales y que “estar enamorado /a” es la base fundamental para formar una pareja y para permanecer en ella, de modo que el amor romántico se hace popular y el matrimonio aparece como elección personal.

Antecedentes de teorías de las relaciones amorosas en los años 60´s

Hace casi cinco décadas William Goode, planteó que la importancia teórica del amor descansaba en que es un elemento de la acción social y, en consecuencia, de la estructura social. Este autor se interesó en encontrar los modos en que el amor romántico se ajustaba a la estructura social, esto es, al sistema de estratificación por medio de la elección de la pareja. Partió del supuesto general de que el amor tiene un amplio potencial disruptivo del orden social. Este potencial disruptivo ha generado que en diversas culturas se creen varias medidas de control. Si el amor no fuera controlado, el orden social podría trastocarse continuamente: "permitir el apareamiento al azar significaría un cambio radical en la estructura social existente. Si la familia como unidad básica de la sociedad es importante, entonces también lo es la elección de pareja". Goode distinguió cinco tipos principales de "control del amor" presentes en diversas culturas:

a) el matrimonio infantil

b) el matrimonio obligado o restringido

c) el aislamiento de los jóvenes de parejas potenciales mediante la segregación social y física

d) la supervisión de los parientes cercanos (pero no segregación social real) y la inculcación de valores como la virginidad

e) las presiones y normas sociales de padres y pares mediante la limitación de la sociabilidad, aunque en un marco formal de elección libre de la pareja.

Estos razonamientos culminaron en una hipótesis que señala que los estratos altos darán menos importancia al amor y, por lo tanto, menos libertad para elegir al cónyuge que los estratos bajos de cualquier sociedad, porque los primeros tienen más que perder si no controlan el amor y la elección de la pareja. Estos planteamientos han generado estudios empíricos sobre el mercado matrimonial, la elección de pareja y la movilidad social.

Las ideas de Goode sobre el amor como un sentimiento potencialmente subversivo del orden social y sobre las formas de control siguen vigentes. A pesar de que en gran parte de las sociedades contemporáneas el amor es reconocido como el motivo más legítimo para emparejarse, de que la elección de la pareja se realiza con mayores libertades y tiempo para experimentar o de que se ha normalizado el divorcio, se puede afirmar que todavía prevalecen en las sociedades modernas las formas de control d y e establecidas por este autor. El control del enamoramiento y de la elección de la pareja, o las parejas, sigue siendo necesario para mantener las diferencias derivadas de la estratificación social, sin importar la creciente aceptación de valores democráticos como la tolerancia o el reconocimiento del otro. No olvidemos que, si bien el amor es un sentimiento que estimula las uniones matrimoniales, también suele ser "causa" de divorcios, infidelidades, suicidios, homicidios, rupturas con la familia de origen, conflictos étnicos o raciales, o de clase social. El amor tiene implicaciones sociales y estructurales de carácter macro y micro social, como ha establecido la investigación de Goode.

Asimismo, Theodore Kemper es uno de los autores que ha otorgado importancia a las estructuras en el estudio del amor. Este autor señala que el amor es una emoción que emerge de una relación social fundamental que depende de los principios del poder y el estatus. El poder es comprendido en el sentido weberiano como la capacidad de hacer lo que uno quiere, aun en contra de los intereses de los demás; y el estatus, como la capacidad no coactiva que tiene cada uno para conseguir aprecio, admiración, favores, atenciones, etcétera, de los demás.

La relación de amor se define "como aquella en la que al menos un actor otorga, o está preparado para otorgar, cantidades extremas de estatus a otro actor", asumiendo que el poder puede variar en las relaciones amorosas. A partir de esta definición de la relación amorosa, el autor construye siete versiones típico-ideales de concesión real o potencial de estatus:

1) adulación por fans

2) amor ideal

3) amor romántico

4) amor divino, parental o mentor

5) amor infiel

6) amor no correspondido

7) amor padres-hijos

Estas categorías sirven para estudiar la vida íntima en términos de estructuras sociales en una agenda de investigación abierta para comprobar la teoría.

El estudio de Kemper sobre el amor se basa en su teoría más amplia sobre las emociones que ha estado cultivando desde finales de la década de los setenta. Como el amor, todas las emociones serían un resultado real o imaginado de las relaciones sociales, dado que la posición que ocupan los actores sociales implica distintas dotaciones de poder y estatus, las cuales generan emociones específicas. De modo que las dotaciones de poder se asocian con sentimientos de seguridad y las dotaciones de estatus generan sentimientos de satisfacción.

Desde la visión estructural del amor se argumenta que los determinantes de las relaciones amorosas son las estructuras sociales, sean macro o micro, más que las normas culturales. Esta perspectiva contrasta con otras visiones sobre el amor que enfatizan su carácter de construcción lingüística y cultural.

Origen de teorías psicológicas del amor durante los años 80´s

En 1986, Sternberg planteo un esbozo de teoría general sobre las relaciones amorosas, en un intento por abarcar tanto los aspectos estructurales como la dinámica de los mismos y en la que tengan cabida las distintas expresiones o tipos de amor. Señala tres componentes fundamentales que son intimidad, pasión y la decisión o el compromiso que siguiendo una metáfora geométrica, ocuparían los vértices de un supuesto triangulo. El área del triángulo nos indicaría la cantidad de amor sentida por los sujetos (adolescentes), su forma geométrica dada por las interrelaciones de los elementos expresaría el equilibrio o el nivel de carga que cada uno de los componentes.

De esta manera, las relaciones amorosas estarán definidas tanto por la intensidad como por el equilibrio de los elementos. Los triángulos de amor variaran en tamaño y forma y ambos aspectos definirán cuánto y cómo se siente una persona hacia la otra.

Origen de la escala triangular

Aparecida en 1988, desarrollada por Sternberg, esta escala tiene como objetivo la elaboración de un instrumento que permita la evaluación de las relaciones de pareja.

Analizando las respuestas de los dos miembros en los tres elementos básicos así como la puntuación de conjunto, se obtiene tanto el índice de amor de cada persona como el estilo de relación, esto es, la forma del triángulo de cada sujeto. La predicción y el diagnostico se realizara comparando los niveles de amor y los estilos de ambos.

La escala consta de 45 ítems, 15 para cada uno de los tres componentes; está construida en formato tipo Likert, con un rango de 1 a 9 en el original.

Relaciones amorosas en la época actual

En la actualidad aunque aún persisten en determinados países y regiones menos influenciadas por la mentalidad occidental las uniones de pareja concertadas parece que tienden a desaparecer en nuestro modelo social y de pareja. Parece que estamos viviendo un apogeo del amor romántico nunca visto en la historia de la humanidad, un simple ejemplo, actualmente el 91 por ciento de las estadounidenses y 86 por ciento de los estadounidenses no se casarían con una pareja aunque tuviera todas las cualidades que buscan si no estuvieran enamorados de ella, el estudio es fácilmente extrapolable actualmente para otros grupos sociales y países de cultura occidental. Y es que actualmente la gente alrededor del mundo, quiere estar enamorada de la persona con la que se casa.

Se comprueba que el desarrollo económico y social de un entorno permite a la persona valorar más los aspectos subjetivos que los prácticos, motivo por el cual este desarrollo reforzará la importancia del amor pasional como criterio y requisito para elegir pareja íntima y formar una familia (mientras que las situaciones de carencia se pondrían sobre la mesa necesidades de tipo práctico y, por tanto, otros criterios de elección). En términos generales, los resultados de diferentes estudios confirman que efectivamente en los países menos desarrollados, de relaciones sociales desiguales y jerarquizadas predomina el estilo amoroso pragmático y de compañeros, mientras que en los países occidentalizados más desarrollados e individualistas, con relaciones sociales más igualitarias aumenta la importancia del amor como requisito para la formación de la pareja.

La cuestión es que cuando ya nada se impone ni por la familia, ni por la Iglesia, ni por el estado, cada cual ha de decidir sobre sí mismo, inventando “su propio modelo”. Asimismo, el hecho de que en los últimos años hayan acontecido tantos cambios ha “despistado” a muchas personas, quienes no saben muy bien cómo actuar o comportarse. Por otra parte, hay casos de todo tipo y hay personas que encuentran la felicidad bajo modelos o tradiciones que uno mismo no compartiría, por eso es preciso respetar a los demás y “abrir la mente” ante tanta diversidad que nos rodea.

Formación de la relación amorosa en la adolescencia en la época actual

En la etapa de la adolescencia el sentimiento del amor, que antes estaba centrado exclusivamente  en los padres, se vuelca sobre sí mismo, una autopercepción exagerada, una sensibilidad extraordinaria y un alejamiento de la realidad. Estos sentimientos se dirigen, también, hacia un mejor amigo de su mismo sexo, quien adquiere una importancia y una significación que antes no tenía.

En un intento por iniciar su heterosexualidad, puede dirigir estos sentimientos hacia artistas del otro sexo o hacia determinados ídolos u otros personajes; este “amor platónico” le permite ensayar antes de acercarse a personas de su misma edad y dirigir su atención a él o ella.

La adolescencia es la época de los grandes descubrimientos, puesto que supone profundas transformaciones de la propia imagen, cambios emocionales y el inicio de múltiples proyectos a futuro, pero también implica confusión y sufrimiento. En ese período enfrentan, además, sus primeros vínculos amorosos, no siempre se corresponden con los escasos recursos emocionales con los que cuentan.

Enamoradizos, y confusos, los jóvenes buscan el contacto con sus pares; aspiran a compartir y fusionarse con esos otros con los que se identifican: el grupo de amigos funciona como primera instancia contenedora ante la crisis de la que no pueden evadirse. Después llegarán los novios y novias, “amigovios y amigovias” o “amigos con derecho”, que marcarán su ingreso al mundo de la sexualidad y las relaciones de pareja.

Si los adolescentes  viven con tanta intensidad, incluso con desenfreno, esos vínculos es porque internamente también experimentan una realidad violenta: los duelos a los que los enfrenta el crecimiento: del cuerpo de niños, de la protección paterna y materna que cambia de forma, de sus viejas necesidades y rutinas.

La amistad, el amor, se viven sin matices, con pasión absoluta. Eso muchas veces los enfrenta a pérdidas con las que también se involucran a fondo y viven como desgarros, o dolorosos fracasos personales, que afectan su autoestima.

La presencia de jóvenes del sexo opuesto, que hasta poco tiempo atrás pudo haberles resultado indiferente, produce, a partir de la pubertad, sensaciones nuevas. Esto en el marco de una etapa de la vida en la que pretenden “ingresar a la adultez” y al mismo tiempo –simultáneamente -eso es lo complejo de esta etapa- buscan valores alternativos a los de los padres, de los que pretenden diferenciarse. Los jóvenes necesitan creer, necesitan ideales que no siempre las sociedades modernas les proveen, por lo que la búsqueda los afecta en un doble sentido; por un lado buscan  modelos en los que confiar, por otro asisten con asombro a su propia transformación, que los confunde a cada paso. Los jóvenes suelen tener  una idea idealizada del amor y de las relaciones: como aún no están del todo maduros para concretar experiencias con la otra persona en tantos sujetos reales, elaboran sueños imposibles, se aferran a una idea de absoluto en que todo parece “bueno o malo”, “necesario o imposible”. En este sentido es fundamental que los padres se muestren comprensivos, tolerantes ante el error, y que acompañen este complejo proceso que atraviesa una etapa difícil del crecimiento. El amor de los adolescentes, sus primeros vínculos amorosos, se originan o vinculan con el primer amor que experimentaron, con la madre, tras el nacimiento. Desde la perspectiva psicoanalítica, en cada uno de los vínculos posteriores se actualiza esa necesidad original de ser queridos, de recibir afecto.

El galanteo

Esta etapa es un proceso en el que la conducta y la competencia social se desarrollan, principalmente, a través de las relaciones de los y las adolescentes con la persona del sexo opuesto y con el comportamiento que cada uno manifiesta, de acuerdo con la educación que recibió de su familia de origen. Lamentablemente en algunas ocasiones los padres de familia dificultan este proceso de una manera directa o indirecta, poniendo trabas a cualquier intento del o la adolescente por establecer nuevos vínculos. En estos casos puede ser que a los padres no les gusten los amigos de su hijo o hija con el que sale (este es uno de los principales problemas sociales que sufren los adolescentes durante sus relaciones amorosas, puesto que a sus padres no les agrada la forma de vestir, actuar o física). Así mismo hay padres y madres a los que les cuesta trabajo aceptar que sus hijos crecen y los siguen llamando “niños”, a pesar de que están cerca de cumplir la mayoría de edad y miden más de 1.70 metros de altura.

Es necesario que él y la adolescente se relacionen con diferentes grupos, como pueden ser los amigos del barrio o colonia donde viven, del instituto a donde acuden a estudiar o excompañeros de los distintos niveles que han estudiado. Esta diversidad de amistades constituirá su campo de elección; de ahí que los padres no deberían preocuparse excesivamente de que su hija salga con diferentes chicos antes de llegar a escoger su pareja estable; lo cual de cierta manera permitirá que pueda decidir de una manera más correcta el prototipo de novio o novia con que quiere compartir algunos momento s de su vida. 

¿Por qué nos enamoramos?

Amar y ser amado enriquece nuestras vidas. Cuando la gente se siente sentimentalmente cerca de otra persona está más contenta e incluso más sana. El amor nos ayuda a sentirnos importantes, entendidos y seguros.

Pero cada tipo de amor tiene sus rasgos distintivos. El tipo de amor que sentimos por nuestros padres es distinto del que sentimos por nuestro hermano menor cuando todavía es un bebé o por nuestro mejor amigo. Y el tipo de amor que sentimos en las relaciones románticas tiene unas características muy particulares.

Nuestra capacidad de sentir amor romántico se desarrolla durante la adolescencia. Los adolescentes de todo el mundo experimentan sentimientos de atracción apasionados. Incluso en las culturas donde no está permitido expresar públicamente este tipo de sentimientos, siguen estando ahí. Desarrollar sentimientos románticos y sentirse atraído por otras personas forma parte del proceso natural de crecimiento. Estos nuevos sentimientos pueden ser excitantes y emocionantes —o incluso crear cierta confusión al principio.

Origen de los celos durante las relaciones amorosas

La cuestión de los celos constituye una problemática profunda que se remite a la historia de la especie humana, cumpliendo así funciones específicas relacionadas con la supervivencia. Involucra a hombres y mujeres, a pesar de lo cual existen especificidades en la vivencia y expresión de este afecto, expresión del temor de que la persona amada se aleje con otro sujeto. Si bien la existencia de los celos es universal y se basa sobre situaciones reales o fantaseadas, es posible considerar ciertas pautas para intentar manejarlos en pro de la construcción de relaciones de parejas adecuadas.

En su definición más básica, los celos constituyen aquello opuesto a la noción de confianza. Su presencia en las relaciones de pareja (amorosas) es innegable, ya sea al comienzo, en el curso o al final de la relación. Este tipo de emoción tiene orígenes específicos así como consecuencias para la interacción de las personas.

Mirando el fenómeno desde la psicología evolutiva, podría decirse que los celos tienen una función particular y universal en la historia de la especie humana dado que permiten la construcción de relaciones monogámicas y fieles. Así, los celos son emociones que funcionan como un mecanismo de defensa por medio del cual las personas garantizan la permanencia de su pareja  y protegen la relación de actuales o potenciales intromisiones.

La percepción, sensación o fantasía de que tal amenaza existe lleva a que la persona tome acciones encaminadas a eliminarlas o disminuirla. Las medidas que se generan a raíz de los celos son muy variadas y van desde ejercer vigilancia sobre la pareja buscando signos probables de que el otro ha establecido una relación paralela, hasta las demostraciones crudas de violencia. La rabia, tristeza y humillación, sensaciones también relacionadas con los celos, motivan un comportamiento que típicamente busca el alejamiento del tercero o la prevención de que la pareja abandone la relación.

Origen de la melancolía

El viaje que ha seguido el concepto de lo que ahora se denomina depresión en Europa Occidental y los sistemas médicos relacionados, se inicia, como muchos de los conceptos claves de nuestra civilización, en las islas del Egeo. Los síntomas constitutivos para los hipocráticos de los siglos V y VI a.C., eso que llamamos ahora depresión se denominaba melancolía y estaba definido ya por el conjunto de “aversión a la comida, desesperación, insomnio, irritabilidad e intranquilidad” al que se sumaba un ánimo triste característico. En diferentes textos hipocráticos, a esta tristeza se le añadió pronto otro síntoma fundamental: el miedo, de forma que el concepto clásico de melancolía estaba ligado al de una asociación entre estas dos pasiones (tristeza y miedo). La introducción del criterio temporal de cronicidad se produce cuando se asume que la melancolía precisaba de una perturbación emocional prolongada. Durante el siglo II d.C., la descripción estándar cristalizó en una estructura conceptual cada vez más estable, de forma que los escritos médicos islámicos y occidentales mantuvieron la misma definición y comprensión básica del problema durante casi mil quinientos años. Esta definición se basaba inevitablemente en las descripciones de Rufo de Éfeso a comienzos de dicho siglo II d.C., con algunas modificaciones de Galeno. Los rasgos fundamentales de esta descripción clínica eran los siguientes: la melancolía era una forma de locura crónica, no febril, en la que el paciente se mostraba anormalmente temeroso, triste, cansado de la vida, misántropo y que con frecuencia se acompañaba de alguna idea delirante circunscrita. Los hipocráticos describieron también síntomas de perturbaciones gastrointestinales asociados, y, de entre ellos, progresivamente, se destacó el estreñimiento. También se mencionaban, de forma menos constante, las ideas suicidas y el riesgo de suicidio. En el Renacimiento, la creencia en el determinismo astrológico dio lugar a una concepción del mundo como un macro-microcosmos armónico. En estos parámetros, la influencia de Saturno (elemento de tierra, del viento del norte, del invierno y la ancianidad), permitía describir un temperamento melancólico, caracterizado como seco, frío, taciturno y malhumorado, especialmente entre los ancianos. Hasta los siglos XVI y XVII para que se lleven a cabo una serie de modificaciones en estas descripciones clásicas de la melancolía. El factor desencadenante de la patología, esto es, la característica reactiva o secundaria, comenzó a citarse en las descripciones. En la melancolía moderna, primero la tristeza y posteriormente el miedo, se calificaban ya como “sin causa” o “sin causa aparente”. Este elemento definitorio puede rastrearse ya en descripciones previas, pero no es hasta el siglo XVI en que se convierte en otro de los síntomas típicos de la melancolía. Muchos autores diferenciaban entre una melancolía “natural” (especie temperamental) y otra “no natural” (adquirida), denominada atrabilis o melancolía adusta. La atrabilis o melancolía natural era un trastorno fundamentalmente físico, a pesar de que sus síntomas fueran emocionales o psicológicos. Mientras que en algunas personas se entendía que su complexión melancólica explicaba los síntomas que padecía, en otras (atrabilis), estos síntomas eran de tal intensidad y duración que escapaban a las motivaciones comprensibles de la tristeza normal. La presencia de una idea delirante determinada ya hacía tiempo que se venía citando como un síntoma más de la melancolía. Este punto no se comentó durante un tiempo, hasta que en siglo XVI se destacó más y en el siglo XVII se citaba con aún más frecuencia entre los componentes del síndrome clínico. Es en el siglo XVIII en que este síntoma se convierte en elemento habitual en las descripciones clínicas hasta el punto de ocupar un elemento clave. Algunos autores describían como esta insania parcial y circunscrita de la melancolía era el síntoma primordial y definitorio, aunque este punto de vista ya comenzaba a ser discutido a finales del siglo y abandonado gradualmente en la primera mitad del siglo XIX. De los rasgos característicos básicos de la melancolía clásica, se fue desgajando una categoría independiente. El conjunto de síntomas conocido como hipocondríaco (la flatulencia, problemas digestivos, diversos dolores y molestias asociados a ellos) tomó cada vez mayor independencia frente a los cuadros donde predominaba el ánimo triste o el miedo. Así, según un esquema sugerido por Rufo de Éfeso y retomado por Galeno, las melancolías eran tres, a saber: melancolía flatulenta, melancolía gaseosa y melancolía hipocondría. Esta distinción se mantuvo al menos hasta el siglo XVII. Será Thomas Willis y posteriormente Sydenham quienes separen este conjunto determinado de síntomas de la melancolía clásica, denominándolo hipocondría. Esta hipocondría, a partir de Booerhaave, se concibe ya como un problema claramente distinto de la melancolía, pero dentro de un continuum en el cual los casos más graves podían evolucionar a melancolía e, incluso, a la manía. La manía o furor es otro conjunto de síntomas “con una larga e íntima relación con la melancolía”, como refiere Stanley W. Jackson. Se definía como un estado de perturbación con excitación, en algunos casos megalomanía y en otros violenta. Se trataba de una de las tres formas clásicas de locura, junto a la melancolía y la phrenitis. Se relacionaba con la melancolía tanto en cuanto a los síntomas comunes (locura crónica sin fiebre) como por sus síntomas opuestos. Estos episodios de furia extravagante están descritos por los médicos latinos desde la antigüedad. La phrenitis se corresponde más o menos con el actual delirium orgánico. Se consideraba por los griegos como una alteración estrictamente orgánica, en la misma línea que la pleuritis, la perineumonía, la gota, la letargia, la disentería y la epilepsia. Las tres enfermedades (melancolía, manía y frenitis), eran manifestaciones de un trastorno fundamental en la composición o distribución de los humores y se manifestaban tanto a nivel del soma o cuerpo como de la psyché o alma. Una de las formas clásicas más interesantes de melancolía lo constituye las melancolías eróticos o erotomanías. La concepción clásica del proceso se corresponde con una forma de delirio. Los textos poéticos de Safo y Ovidio proporcionaban descripciones precisas de los síntomas del físicos y psíquicos del enamoramiento. Para los antiguos griegos, la pasión amorosa suponía una forma de transgresión social que encaminaba a la locura. Las tragedias de Medea, Hipólito o Fedra, la de Edipo o las trágicos finales de Safo o Lucrecio, son muestra de cómo esta concepción trágica del amor pasional influía en la percepción social del tema. Sin embargo, no encontramos, hasta el s. IV, una clasificación de la enfermedad del amor como entidad separada. En cualquier caso, Galeno distinguía claramente este estado de aflicción amorosa debido a una perturbación psicológica, de la melancolía como estado de aflicción debida a la bilis negra. Esta interpretación del amor enamoramiento patológico como operación del alma no implica que, en último término y bajo su concepción, no se tratara igualmente de una alteración somática: para Galeno, en último término, las operaciones del alma son esencialmente función de equilibrio humoral. Pero lo importante es que, según Mary Wack, Galeno no especifica cual es el mecanismo concreto de la alteración humoral o somática responsable del amor, la cual será desarrollada originalmente por los autores medievales europeos. Este proceso patológico continuó estudiándose como una forma especial de melancolía hasta el siglo XIX. A partir de ahí, y especialmente en la obra de Clérambault, el concepto de erotomanía se implica en otras coordenadas muy diferentes. Las principales concepciones modernas sobre las características melancólicas de la erotomanía se muestran en obras de los autores del tardo-barroco. Jacques Ferrand escribe en 1610 su famoso Traité de l´essence et guerison de l´amour, ou mélancholie érotique, donde realiza una revisión extensa de las características, causas, formas, evolución y tratamiento de esta forma de melancolía. El concepto de euthymia, de origen filosófico (Demócrito), se corresponde con un concepto abstracto, o un estado ideal, correspondiente al actual de salud. En la terminología médica, eutimia se oponía a la oxythymia (exaltación dolorosa del timo y de toda la zona del praecordio), pero también a la dysthimia, estado emocional a lo que los latinos denominamos tristia (tristeza). Mientras que para los filósofos griegos la melancolía se podía deber a la pérdida de la eutimia (y por tanto, se emparentaba con la tristeza), los médicos hipocráticos tenían una concepción mucho más somática que la emparentaba con su compañera la frenitis  y con la hipocondría (su extremo más somático). Aunque, como hemos visto, los casos de melancolía que se alternaban con manía y viceversa ya están descritos desde la antigüedad, hemos de esperar hasta Booerhaave hasta que se establezca de manera clara la noción de continuum desde la hipocondría hasta la manía, pasando por la melancolía. En el siglo XIX, Baillanger y Falret, inciden en este aspecto fundamental, planteando la unidad de estos dos desórdenes como un único trastorno. La melancolía religiosa o delirante comienza a aparecer o describirse desde el Barroco. En un principio incluía a una serie de trastornos de diversa naturaleza, no todos aparentemente depresivos, pero que se encuadraban igualmente bajo el paraguas del concepto de melancolía. Ponce de Santa Cruz (1622), en su Dignotio et cura affectum melancolicorum, describe diversos tipos de monomaníacos como formas de melancolía, entre los cuales destaca el delirio de fragilidad (creerse de cristal). Este delirio (glass delusion) parece bastante frecuente en Europa entre 1440 y 1680. Al igual que otros delirios sistemáticos, como el de la licantropía, se incluían en el concepto de melancolía por tener en común la ausencia de alteraciones intelectuales que aparecían en las insanias, demencias o estupideces “tórpidas”. Estos delirios sistemáticos, característicamente exclusivos sobre un objeto y acompañados de síntomas de abatimiento y consternación, continuarán en la misma órbita melancólica hasta Pinel y Esquirol. Cuando, a principios del siglo XIX, se limite cada vez más el ámbito de la melancolía, esta pierde progresivamente su status hasta quedar reducida a una forma de perturbación depresiva grave. Esquirol, concretamente, separa todos los estados mono delirantes y exaltados de la melancolía, que se queda cada vez más como una forma de insania parcial, concepto a su vez en cada momento más discutido. Respecto de los clásicos delirios del melancólico, durante el siglo XIX, se describe la melancolía simple como un subtipo sin delirio que puede empeorar y convertirse en una melancolía delirante. Cada vez más el énfasis en el diagnóstico fue virando hacia las anomalías afectivas como componente esencial del cuadro en lugar de las ideas delirantes. Incluso el enlentecimiento motor y del pensamiento, que inicialmente se veía como secundario al estado de tristeza, se fue convirtiendo en uno de los elementos constitutivos del núcleo descriptivo del trastorno. En muchas ocasiones, el tema delirante (mono delirante), se reconoce sintónico con el humor, de forma que se describe el predominio de los delirios de culpa y pecado, así como de los delirios auto derrotistas, de pobreza, de enfermedades físicas graves o delirios nihilistas. Kraepelin, a principios del siglo XX, reúne de nuevo los conceptos de manía y melancolía en su estado de insania maníaco-depresiva, describiendo dos tríadas de síntomas nucleares en cada extremo. Para la manía, la tríada fundamental la constituían la fuga de ideas, la exaltación y la hiperactividad, mientras que para la melancolía, la tríada característica la constituían la inhibición del pensamiento, la depresión del sentimiento y la inhibición psicomotriz. Durante todo el siglo XX, la tradición kraepeliana ha propuesta estos síntomas como fundamentales para la melancolía, pero no ha abandonado tampoco el resto de signos y síntomas ya clásicos de la melancolía, como son el insomnio, la pérdida del apetito, la pérdida de peso, el estreñimiento, la pérdida de interés sexual, la intranquilidad, la irritabilidad, la ansiedad, las preocupaciones rumiativas sobre sí mismo y su futuro, las ideas autolíticas y los delirios. 

Melancolía, Depresión endógena y Depresión mayor

Parece que hoy en día está bien establecida una diferenciación clara entre dos grandes tipos de depresión, una melancólica y otra no-melancólica, mientras que los aspectos conceptuales de algunos tipos de depresión no melancólica, como el de distimia están en constante redefinición. Sin embargo, el concepto moderno de melancolía y el concepto de depresión endógena no son exactamente superponibles. Aunque queda dicho que las melancolías son un subtipo de depresión endógena, y, por lo tanto, no reactiva, el caso contrario no es cierto. Existen melancolías “reactivas”, del mismo modo que existen depresiones endógenas “no melancólicas”. De hecho, el concepto de depresión endógena sigue un proceso de constitución complejo y dista mucho de estar aceptado universalmente.

Bibliografía

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http://www.psiquiatria.com/revistas/index.php/psiquiatriacom/article/viewFile/283/268


[a] Profesor de la escuela preparatoria Número Tres

[b] Instituto de Ciencias de la Salud del Área Académica de gerontología de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo


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