Tejiendo lo común desde los feminismos: economía feminista, ecofeminismo y ciberfeminismo

Resumen

En los últimos años, la izquierda y el feminismo a nivel mundial han girado hacia la noción de lo común como clave fundamental para construir un mundo posible en clave distinta al capitalismo. Este ensayo tiene la intención de pensar la construcción del común a partir del ecofeminismo, el ciberfeminismo y la economía feminista, pues las múltiples líneas de las teorías y prácticas feministas, proporcionan nuevos elementos a los conceptos de común y procomún.


Palabras clave: feminismos, común, procomún, economía feminista, ecofeminismo, ciberfeminismo

Abstract

In recent years, the left and feminism worldwide have turned to the notion of commonwealth as fundamental to build a possible world in a different way from capitalism. This essay intends to think of commoning from ecofeminism, cyberfeminism and feminist economics, because the multiple lines of feminist theories and practices, provide new elements to the concepts of commonwealth and commons.


Keywords: Feminisms, Commonwealth, commons, feminist economics, ecofeminism, cyberfeminism

Introducción

Durante el siglo XX las nuevas tecnologías informáticas generaron un nuevo uso de la comunicación y los datos, en particular para la gestión, especulación y expansión de nuevos mercados. La aceleraron de los flujos de capital implicó que surgieran nuevos tipos de opresión social y una nueva escala de explotación del entorno y sus recursos.

Pero una sociedad basada en tecnologías de información y comunicación (TIC’s) no tendría que enajenar al ser humano de sí mismo y de su entorno. Para ello es necesario integrar alguna noción de “mundo común”[1] (Garcés, 2013) que asuma la interdependencia social, la responsabilidad sobre el medio ambiente y las nuevas formas de vida que hemos creado en los espacios tecnológicos. Así, de entre la diversidad de acepciones para pensar una “vida en común”[2] (Garcés, 2013) consideramos que el procomún es un concepto que integra tanto la dimensión económica, ambiental y ciberespacial a la idea de bienes comunes. En tal concepto encontramos con ejes el cuidado, la seguridad y la interdependencia, los cuales son los aportes que la economía feminista, el ciberfeminismo y el ecofeminismo pueden hacer a la discusión actual del procomún, en el entendido de que no se trata de un concepto innovador, sino de la recuperación o redescubrimiento del mismo (Bollier, 2014).

El procomún

Como mencionábamos los distintos usos del concepto de común, al igual que varias corrientes del feminismo, intentan dar sentido a la idea de comunidad para construir, o reconstruir, el tejido social que las guerras, la pobreza o las dictaduras han desgastado en el último siglo. Hablamos de comunidad para trascender la dicotomía entre público y privado, que aparentemente son esferas que se disputan únicamente entre el Estado y el Mercado (Hardt & Negri, 2004). La importancia de romper esta dicotomía es que así, diferentes tipos de agentes pueden asumir una responsabilidad política compartida.

En este sentido retomamos el concepto de procomún para referirnos a “un sistema social que relaciona íntimamente a las personas o partes interesadas con sus recursos y con las formas participativas en las que los gestionan/producen y cuidan de ellos” (Finidori, 2013). Dicho de otra manera el procomún implica: los recursos, la comunidad y un conjunto de protocolos sociales (Bollier, 2014).

El procomún no es una fórmula o una prescripción, es más bien una respuesta espontánea y a menudo caótica frente a la amenaza de sobreexplotación, mala gestión o conflicto de intereses de los recursos. Ejemplo de procomún serían software libre, las cooperativas de crianza y los huertos urbanos, que implican apropiación tecnológica, corresponsabilidad en los cuidados y autosuficiencia alimentaria respectivamente.  

La economía feminista y la noción de trabajo de cuidados

El marxismo ha insistido en la inercia del capitalismo a propiciar cercamientos (privatización) de los recursos comunes (materiales y simbólicos). Esa tendencia privatizadora, en el fondo, atenta contra posibilidades alternativas de organización y finalmente contra la autonomía de grupos e individuos, toda vez que obliga a las personas a consumir una variedad de productos y servicios que ofrecen grandes corporaciones transnacionales monopólicas.

La aportación del feminismo a la crítica marxista perfila una reflexión un poco más profunda al explicar que la posición de las mujeres en este sistema de producción, no había sido considerada al referir el valor únicamente del trabajo asalariado. Desde la economía feminista, para que exista la producción es necesaria la reproducción de los seres humanos, los cuales requieren cuidados en distintas etapas de su vida, no sólo para subsistir sino para desarrollarse y -sólo entonces- ser productivos. Esta labor tradicionalmente se ha asociado a lo doméstico y a las mujeres, aunque los cuidados no se reducen a dicho ámbito y no necesariamente se hacen por voluntad, vocación o por amor (Pérez & Del Río, 2002).

Se habla entonces de “trabajo de cuidados”[3] (Pérez & Del Río, 2002) para resaltar el valor económico que tiene esta tarea en el sistema de producción capitalista, no obstante la falta de reconocimiento del mismo. De hecho, “la acumulación capitalista es estructuralmente dependiente de la apropiación gratuita de aquellas inmensas áreas de trabajo que deben aparecer como externalidades al mercado” (Federici, 2013: 247). Este es el meollo de la crítica feminista de la economía, el señalamiento de una dinámica particular del capitalismo: poner al mercado y la acumulación como epicentro de la organización social (Pérez & Del Río, 2002), a pesar de que la responsabilidad social y colectiva de la reproducción es en el fondo crucial para producción. Así, el mercado enajena el trabajo de cuidados para justamente “capitalizar” dicho trabajo sin reconocerlo económica ni socialmente[4].

Como alternativa al modelo imperante, el cual conlleva también una crisis de los cuidados[5], la propuesta es poner en el centro de la organización social el trabajo de cuidados y “la sostenibilidad de la vida”, entendida de manera global, es decir como un conjunto de sostenibilidades que abarcan: la económica, la ecológica, la social y la humana, y las relaciones entre ellas, lo que envuelve un proceso complejo de reproducción social (Carrasco, 2014); es decir, la cobertura de las necesidades de las personas debe ser el motor de la organización socio-económica, razón por la cual ello debe ser una labor colectiva, compartida y distribuida. Dicho de otra manera: no hay común sin comunidad[6], y ésta se compone de personas que requieren cuidados para poder vivir, por lo cual es menester que todas y todos aprendamos a cuidar de otros pues es la única garantía de la preservación de la vida.

Cabe aclarar que la reproducción humana no puede hacerse a expensas de otros humanos o de otros seres; la producción de nuestra vida no debe significar la producción de muerte para otros. Si seguimos con Federici, “si el bien común tiene algún sentido, éste debe ser la producción de nosotros mismos como sujeto común” (2013: 254); es decir que una economía no capitalista implicaría una concepción ecológica distinta en la que el ser humano forma parte de un universo amplio.

El ecofeminismo y la sostenibilidad de la vida

La escisión entre la humanidad y su entorno ha traído consecuencias tales como la devastación ambiental. La concepción patriarcal del mundo contempla, entre otras, una dualidad claramente subordinada entre el hombre y la naturaleza, asociada a su vez a la división el hombre y la mujer, y entre lo “artificial” y lo “orgánico”. Esta dicotomía fue una de las condiciones que abrieron paso al afianzamiento del capitalismo. A partir de la globalización este sistema de producción, a la par de la especulación financiera, sigue una lógica extractivista, que borra la identidad de la fuente de producción y que privatiza bienes y prácticas  comunes   vitales, como pasa con las diversas prácticas basadas en compartir. En este sentido el desarrollo destruye estilos de vida locales y en muchos casos autosostenibles, a la vez que la imposición de modelos capitalistas de desarrollo generan pobreza donde sólo había subsistencia.

Como menciona Vandana Shiva, economía y ecología tienen la misma raíz lingüística, que es oikos y que significa hogar (Shiva, 2011: 6). Tanto la economía feminista como el ecofeminismo, nos permiten ver la gran responsabilidad que implica compartir el mundo. Es decir, no podemos desligar la vida humana del resto del mundo y esto significa que si exigimos bienestar individual entonces tenemos que estar dispuestos a cuidar de los otros, de la vida, en un sentido amplio.

El ecofeminismo ha revelado que las mujeres, ya se piense de manera espiritualista o constructivista, “se han ocupado de mantener la productividad en los terrenos comunales, han organizado la vida comunitaria y los sistemas de protección social ante el abandono o la orfandad, y han defendido su tierra y a supervivencia de sus familias y su comunidad” (Herrero & Pascual, 2010: 5). En suma, han sido históricamente las mujeres las responsables de la sostenibilidad de la vida. Pero

el ecofeminismo comprende que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la vida, que naturaleza y mujeres conocen bien. Una “renaturalización” que es al tiempo “reculturización” (construcción de una nueva cultura) que convierte en visible la ecodependencia para mujeres y hombres. No hay reino de la libertad que no deba atravesar el reino de la necesidad. No hay reino de la sostenibilidad si no se asume la equidad de género (Herrero &  Pascual, 2010: 8).

En este sentido una de las propuestas del ecofeminismo es recuperar el principio femenino de la reproducción desde una perspectiva comunitaria, así como asegurar los sujetos y los espacios de producción y reproducción de vida, y en esto converge claramente con la economía feminista, en la apuesta por una economía del cuidado. Esto significa que para proveer bienestar a los humanos debemos hacernos responsables de nuestra existencia: cuidarnos, cuidar a los otros. Es decir pensar en una economía del bien común y con recursos naturales (e inmateriales)  igualmente comunes.

El ciberfeminismo: entre los espacios seguros y la cultura libre

La relación entre mujeres y tecnología ha desatado una amplia discusión dentro del feminismo en general. Hay las posturas que rechazan la tecnología por considerarse un ámbito masculino y patriarcal; y las que piensan en la tecnología no sólo en términos más estratégicos, sino en un espacio que debe ser apropiado por parte de las mujeres, sobretodo en un contexto altamente atravesado por ella, en donde incluso construimos y somos parte de las formas tecnológicas de vida (Lash, 2005), pues operamos con interfaces orgánico-tecnológicas, las cuales son necesarias para la socialidad.

El ciberfeminismo es esa corriente dentro del feminismo que se ocupa de pensar el vínculo entre mujeres y tecnologías de la información y la comunicación TIC's, y en su vertiente más política comprende el uso de ellas como fuente de empoderamiento de las mujeres[7]. Para ello, se parte de la crítica sobre la invisibilidad de las aportaciones de las mujeres a la tecnociencia en general y a la informática en particular, y la denuncia de la historia hegemónica de la ciencia y la tecnología centrada precisamente en la visión masculina del mundo y del propio quehacer científico, lo que ha devenido en la conformación y uso de lo que serían tecnologías patriarcales. 

En este trabajo contemplamos los aspectos del ciberfeminismo más próximos a la cultura digital libre[8] y la ética hacker[9], por lo que hablaríamos más precisamente de hackfeminismo, el cual envuelve una crítica al capitalismo y propone alternativas al mismo.[10] Los usos, producción y alfabetización[11] de tecnologías que hacen las feministas para la apropiación de las “herramientas de control” (De Miguel & Boix, 2012: 66), involucran no sólo a mujeres, sino también a hackers y activistas en general.  En dicha labor se organizan actividades tales como la administración de redes, seguridad informática, desarrollo de software y hardware libre, semántica y redes sociales libres, y organización de eventos y encuentros hacktivistas (Haché, Cruells & Vergés, 2013).

Esto es estratégico, no sólo desde el punto de vista feminista en términos de agencia sociotécnica, sino desde la generación de espacios seguros y prácticas de cuidado y empoderamiento. En todo ello, la cuestión de lo común es fundamental. En primer lugar porque las feministas en el ciberespacio han conformado redes sociotécnicas complejas orientadas a resolver los problemas de las mujeres derivados del patriarcado (incluida la brecha digital de género). En segundo lugar, la cultura libre (y el ciberfeminismo relacionado con ella) plantea la producción, gestión y propiedad comunes de los bienes digitales. Y en tercer lugar, en un sistema en red la seguridad radica en que cada miembro tenga los cuidados necesarios para propiciar la participación y el intercambio respetuoso. En la medida en que el ciberespacio sea una forma segura de producción de comunidad, se ampliarán las posibilidades de agenciamiento y se alterará el sentido individualista, patriarcal y capitalista de las TIC’s.

Otro aspecto sumamente importante para las feministas hacker es el hecho de que para poder empujar un poco más los límites de las tecnologías en beneficio del bien común se necesitan tecnologías libres, que se aseguren los bienes de información para la comunidad virtual, que los sujetos a los que se les han impuesto tecnologías patriarcales desarrollen la confianza para modificar dichas tecnologías y construir un ciberespacio a partir de redes sociales digitales fuertes y significativas. En suma, todo lo anterior significaría generar formas tecno-feministas de vida.

Conclusiones: lo común como hilo conductor de los feminismos

Nuestro planteamiento es que la coincidencia fundamental de los feminismos que hemos abordado es el acento que ponen en lo común como eje de relaciones sociales más igualitarias y armoniosas [entre seres humanos, entre humanos y otros seres (orgánicos y artificiales), y entre humanos y la naturaleza en general]. Después de todo, la teoría feminista tiene siempre muy en cuenta el procomún, razón por la cual consideramos que ella propone elementos indispensables a la hora de configurar proyectos políticos que pretendan superar al sistema o conjuntos de sistemas dominantes. Nos parece que la potencia crece y adquiere más solidez si concebimos integralmente las distintas escuelas feministas, cada una de ellas atiende asuntos específicos de manera profunda, pero consideramos importante identificar las coincidencias entre aquellas.

Otro punto en común —estrechamente vinculado con lo anterior— es la centralidad del cuidado y de la vida (que merece ser vivida). Nociones como sostenibilidad de la vida, cuidado de la vida y formas tecnofeministas de vida implican una concepción concreta, relacional-reticular y poiética (creativa-productiva) de ella. Por tal razón, la noción de procomún es altamente compatible con la perspectiva feminista, toda vez que el procomún puede ser entendido como objeto (conjunto de bienes), como práctica (principios que rigen las relaciones), y como resultado (bien común-bienestar) (Finidori, 2013).

Bajo este esquema, no se trata de pensar la vida en abstracto, sino del conjunto de bienes (objetos) comunes (materiales y simbólicos) que se generan de manera colectiva, cuya gestión y propiedad se piensa igualmente colectiva. Ello, a su vez, envuelve prácticas cotidianas en las que se tejen redes, de cuidados, de economía solidaria, de autosuficiencia alimentaria, de conocimiento libre, etc. No podemos concebir otro sistema si no cambiamos la forma de relacionarnos, lo que exige implicarnos en el cuidado a los otros, como una manera de trascender el individualismo de las formas de vida consumistas. El resultado, a partir de esta concepción del mundo, sería  de manera simple el bien común, pero -de nuevo- no en abstracto, sino representado en un conjunto de individuos, capaces de autorrealizarse (al vivir esa vida que merece ser vivida) en la medida en que forman parte de comunidades varias a distintas escalas, bajo un esquema autonómico en términos individuales y colectivos.

Sugerimos que éste es el posible antídoto contra la devastación que ha traído el capitalismo avanzado, el cual —entre otras cosas— ha provocado precisamente que la vida se convierta en un problema común, “que la vida sea vivible o no lo sea incumbe hoy a la humanidad entera, es un problema que ha corporeizado nuestra condición de humanos” (Garcés, 2013: 65).

En esto la lucha feminista intenta deshacer la idea individualista que implica renunciar al propio bienestar para garantizar y cuidar la vida del resto. Más bien el cuidado propio es condición necesaria para el cuidado mutuo. La misma idea de sostenibilidad es una clave fundamental de los feminismos, si la entendemos justamente en términos económicos, ecológicos y tecnológicos, al pensar en atender las necesidades individuales y colectivas a lo largo de la vida y no en la inmediatez, y  hacerlo de manera colaborativa, responsable, justa y sin discriminación o explotación. Diríamos entonces que no hay común sin comunidad, y no hay comunidad sin sostenibilidad.

Todo ello plantea posiciones contra la globalización económica e informacional, o sea, contra el mercado (en sentido amplio); es decir, no solo frente a la supremacía de las empresas sino en oposición al mercado como epicentro de la organización social, el cual precisamente se vale de redes globales (sociales e informáticas) para sostener al sistema capitalista, el cual —a su vez— utiliza (y desvirtúa) las ideas sobre lo común para adaptarlas a los intereses del mercado (Federici, 2013). Por ello, es menester adoptar una postura radicalmente anticapitalista al momento de referir los comunes pues parece evidente la “incompatibilidad del funcionamiento y la lógica del mercado laboral con la atención a las necesidades humanas y la lógica del cuidado” (Pérez & Del Río, 2002).

Referencias

Bollier, David. (2014). Think like a commoner. A short introduction to the life of the commons. Gabriola Island: New Society Publishers.

Carrasco Bengoa, Cristina. (2014). “Economía, trabajos y sostenibilidad de la vida en Sostenibilidad de la vida. Aportaciones desde la economía solidaria, feminista y ecológica. Bilbao: REAS Euskadi.

De Miguel, Ana & Boix, Montserrat. (2013). “Los géneros de la red: los ciberfeminismos” en Graciela Natansohn (coord.) Internet en código femenino. Teorías y prácticas. Buenos Aires: La Crujía Ediciones.

Federici, Silvia. (2013). “El feminismo y las políticas de lo común en una era de acumulación primitiva” en Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid: Traficantes de Sueños.

Finidori, Helene. (2013). “¿Qué es el procomún?” en Guerrilla Translation, disponible en: http://www.guerrillatranslation.es/2013/12/03/que-es-el-procomun/ [25 de junio de 2015].

Garcés, Marina. (2013). Un mundo común. Barcelona: Edicions Bellaterra.

Haché, Alex, Cruells, Eva & Vergés, Núria. (2013). “Yo programo, tú programas, ella hackea” en Graciela Natansohn (coord.) Internet en código femenino. Teorías y prácticas. Buenos Aires: La Crujía Ediciones.

Hardt, Michael & Negri, Antonio. (2004). “Las huellas de la multitud” en Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio. Barcelona: Debate.

Herrero, Yayo & Pascual, Marta. (2010). “Ecofeminismo, una propuesta para repensar el presente y construir el futuro” en Rebelión, 02/04/2010.

Lash, Scott. (2005). “Formas tecnológicas de vida” en Crítica de la información. Buenos Aires: Amorrortu.

Pérez Orozco, Amaia & Del Río, Sira. (2002). “La economía desde el feminismo: trabajos y cuidados” en Rescoldos: Revista de diálogo social. 7.

Puleo, Alicia H. (2008). “Libertad, igualdad, sostenibilidad. Por un ecofeminismo ilustrado” en ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política. 38. 39-59 p.

Shiva, Vandana. (2011). Conferencia Magistral “Democracia de la Tierra y los Derechos de la Naturaleza”, Quito, Instituto de Estudios Ecológicos del Tercer Mundo, 26 de noviembre de 2011.

Wajcman, Judy. (2006). “El género virtual” en El Tecnofeminismo. Madrid: Ediciones Cátedra.

[1]Entendido el mundo no en un sentido totalizador (de las cosas o lo hechos) o utópico (reunir a la humanidad entera). La idea de mundo común implica “asumir el compromiso con una realidad que no puede ser proyecto particular de nadie y en la que, queramos o no, estamos ya siempre implicados (Garcés, 2013: 14). El mundo común es pues la coimplicación, el ser-con.

[2]La vida en común sería el “conjunto de relaciones tanto materiales como simbólicas que hacen posible una vida humana” (Garcés, 2013: 29).

[3]En donde se hace énfasis en la cuestión afectiva y relacional que implica atender las necesidades (materiales e inmateriales) de otros (as), lo que a su vez rompe con los enfoques materialistas del bienestar (Pérez & Del Río, 2002).

[4]El feminismo visibiliza la enajenación del trabajo, para ver los cuidados como un trabajo estratégico.

[5]Producto no solo de la rapacidad del capitalismo de hoy sino también de las reivindicaciones feministas que llevaron a las mujeres a incorporarse al mercado laboral, lo que -por ejemplo- hace que unas demanden y paguen por el trabajo de cuidados a otras que suelen ser inmigrantes (del campo a la ciudad o entre países), lo que conlleva otros problemas.

[6]Entendida no como una realidad cerrada, sino como un tipo de relación, basado en la cooperación y la responsabilidad (Federici, 2013).

[7]“Internet expresa las formas de ser de las mujeres, y a través de ello genera múltiples oportunidades para cambiar las relaciones mujer-máquina” (Wajcman, 2006: 17.).

[8]Entendida como la libre circulación de la información y el conocimiento, y dentro del espectro de todo lo que implica la creación de bienes comunes de información, tales como: wikis, software libre, licencias libres, redes p2p y open access, entre otros.

[9]La cual implica una forma gozosa de trabajo, gusto por crear en colectivo, intervenir el código y compartir conocimientos de modos no-capitalistas (gratuidad, trueque, etc.).

[10]Así, por ejemplo hay un ciberfeminismo más cargado hacia la estética, hacia las expresiones artísticas e identitarias de las mujeres en la red, lo que por supuesto también tiene un matiz político.

[11] O desarrollo de habilidades informativas (búsqueda de información, compartir conocimiento, competencias digitales, co-educación).


[a] Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Candidata a Doctora en Bibliotecología y Estudios de la Información (FFyL, UNAM).

[b] Licenciada en Desarrollo y Gestión Interculturales (Facultad de Filosofía y Letras, UNAM), y Maestra en Filosofía, Ciencia y Valores (Universidad del País Vasco).


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