George Herbert Mead: sobre el gesto como inicio de la interacción social y el desarrollo de las interacciones sociales saludables

Resumen

El trabajo explora, de manera general, algunas de las tesis que relacionan el gesto y la acción social a través de la teoría de George Herbert Mead. Los conceptos de acción social, gesto, el otro generalizado y la comprensión toman una importancia relevante en el debate relacionado con la interacción social. La exposición comienza con un ejemplo de una interacción en la vida cotidiana: ¿Qué patrones sociales y culturales interfieren en la comprensión de este tipo de interacción? ¿Cómo podemos "leer" las intenciones de comportamiento de los otros, incluso a través de los gestos y sin el lenguaje formal? Para Mead, la respuesta está en el carácter simbólico de los gestos y cómo éstos pueden indicarnos algo más que sólo emociones, por ello, son el comienzo de la interacción social. Pero lo más importante es que los gestos —como parte de la comunicación simbólica— son anteriores al lenguaje formal. En estas líneas de argumentación, incluso el pensamiento es social y tiene su origen en el mundo social. Estos argumentos le permiten ir más allá de postulados mentalistas y la filosofía de la conciencia y seguir una tesis sociocultural de interacción social.


Palabras clave:Mead, gesto, pragmatismo, simbólico, acción social.

Abstract

The paper explores, in a general way, some of the thesis relate to gesture and social action through George Herbert Mead´s theory. The concepts of social action, gesture, other generalized, and comprehension take relevant importance in the discussion related to social interaction. The exposition begins with an example of an interaction in the everyday life: Which social and cultural patterns interfere in the comprehension of this kind of interactions? How can we “read” behavioral intentions, even though the gestures and without formal language? For Mead, the answer is in the symbolic character of gestures and how can they tell us something more than just emotions, instead, gestures allow the beginning of social interaction. The most important is that Gestures —as part of symbolic communication— are previous to formal language. In this line of argumentation, even the thought is a social concept and has his origin in the social world. This argumentation allows him to go forward mentalist postulates and philosophy of consciousness and follow a socio cultural thesis.


Keywords: Mead, gesture, pragmatism, symbolic, social action.

Suponga una escena que puede ser tan parte de la vida cotidiana como cualquier otra. Llega por la mañana a su oficina o escuela y decide ir a la cafetería por una taza de café. El cielo está nublado, hay poca luz, a pesar de ser muy por la mañana, el aire se siente frío, casi helado. El mismo clima que hace que la sensación de olor sea fresca, con olor a hierba y un tanto a barro mojado; casi como si pudiese sentir el rocío de la mañana sobre su rostro. De pronto, encuentra en la puerta de la cafetería un rostro conocido, amable, sereno, que al combinar con la mañana refleja tranquilidad. De inmediato piensa que es una ocasión más que certera para iniciar una gran charla. Comienzan a hablar sobre el clima, sobre la satisfacción de tomar una buena taza de café por la mañana, la sonrisa en el rostro de su interlocutor le hace disfrutar aún más la bebida y la charla se vuelve más que amena; ríen y ríen. De pronto, usted comenta lo difícil que es soportar a las personas que no conversan más que de futbol, que la plática lo tiene contento y que, realmente, no puede entender como las personas pasan tanto, y tanto tiempo viendo telenovelas y mirando el futbol. Acto seguido su interlocutor cambia de aspecto. La mirada se vuelve fría; es algo que puede notar claramente. Ya no conserva esa sonrisa dibujada en el rostro, ni siquiera podría decir que se ha desdibujado; simplemente se ha esfumado. No alcanza a comprender por qué, pero antes de que su interlocutor pronuncie una palabra, se da cuenta de que tiene escasos segundos para tomar una decisión: o bien sigue el tema de la conversación, esperando que en el desarrollo de la misma se dé cuenta del porqué de la reacción de su interlocutor o, quizás, tratando de adivinar el gesto de su acompañante, cambia drásticamente el tono esperando regresar al momento previo. Toma una decisión e Intenta disimular un poco el tema y afirma que quizás el futbol no sea el problema, si no la enajenación extrema y que, incluso, durante el mundial, usted observa uno que otro partido de la selección y, quizás eso sí, acompañado de un buen café.

Este es un ejemplo de una interacción social de la vida cotidiana tan común como cualquier otro. Una interacción que conlleva una comunicación entre dos agentes, en el plano simbólico, a través del lenguaje, pero también a través de la conversación de gestos. Analicemos el ejemplo anterior a detalle: Al darse la conversación, uno de los agentes cambia de aspecto, su gesto se modifica en el momento en que escucha una declaración que no le agrada, no dice nada, sin embargo, su aspecto lo delata. El gesto de su rostro es indicativo de que algo no va bien, no es la interacción esperada. Acto seguido, la persona que emitió la declaración se encuentra ante una disyuntiva: o bien continúa con la conversación, sin importarle el gesto de su interlocutor; o bien, “lee” o “interpreta” el significado de esos gestos y se da cuenta de que para seguir en la interacción puede adelantarse a que su interlocutor defienda verbalmente el futbol, y decide defenderlo por sí mismo. Por ello, modifica su comentario, e intenta, de alguna manera, corregir lo que ha dicho o, al menos, tratar de redirigir la conversación para que su compañero se sienta más a gusto y regresar, quizás, al momento agradable anterior.

¿Cómo sucede esto?, ¿qué pautas de comunicación se dan en el gesto que el agente es capaz de leerlas, adelantarse a la verbalización y, de alguna manera, cambiar su conversación misma?, ¿somos todos los actores sociales capaces de leer la conducta e intencionalidad de los otros? O, por el contrario, ¿las rupturas en la falta de interpretación de la conducta e intenciones de los otros, nos hacen cometer “errores” que nos alejan de las interacciones sociales que podríamos calificar como “saludables”? ¿Qué pasaría con aquella persona que no es capaz de entender lo que significa el gesto de su interlocutor y, ante el comentario negativo del futbol, siguiera enfrascado en descalificar tal deporte? ¿Tendría esto un impacto en la forma en la cual se relaciona con los otros?

La exposición que sigue a continuación trata acerca de la respuesta que George Herbert Mead, psicólogo social de la Escuela de Chicago, da ante esta disyuntiva. Mead propone una teoría de la acción social, que parte de la interacción entre el individuo y la sociedad; entre la lectura de gestos y la comunicación simbólica y el desarrollo de las interacciones sociales saludables. Veamos esto con detalle.

George Herbert Mead

Mead tuvo su mayor aporte dentro de los confines de la llamada Escuela de Chicago. Ha pasado a la posteridad —la mejor parte de las veces— como un sociólogo; aunque —en las más desafortunadas tendríamos que subrayar— paso a la posteridad como un antropólogo, ya que su nombre se ha confundido constantemente con el de la antropóloga Margaret Mead. A diferencia de esta última, Mead era un psicólogo social profundamente interesado en desarrollar una teoría de la acción que diera cuenta de cómo los individuos interactuamos y nos comunicamos a través de una comunicación simbólica y cómo ésta comienza con los gestos.

A esta confusión se añade el hecho de que Mead escribió poco acerca de su teoría. Incluso el libro Self, Mind, and Society[1], es una recopilación realizada por Morris, uno de los alumnos de Mead, que intentó reflejar algunos de sus planteamientos. Algunos otros escritos se han recuperado de manera parcial. Aunque aún hoy se siguen encontrando escritos inéditos del autor. Quizás se reconozca más a Mead por uno de sus alumnos más brillantes: Blumer[2]. Después del fallecimiento de Mead, Blumer creó una orientación teórica llamada Interaccionismo Simbólico. En sus desarrollos teóricos, Blumer afirma recuperar los planteamientos de la comunicación simbólica de Mead. Sin embargo, entre ambas posturas existen más diferencias que coincidencias. Mead se interesó en los patrones de una comunicación que vincula tanto al individuo como a la sociedad, mientras que Blumer sólo se centró en el individuo y la subjetividad de mentes individuales. Mientras que Mead centra sus explicaciones de la interacción social en un vínculo constante entre el individuo y los patrones culturales que lo rodean. Veamos esto con detalle.

La interacción social: del individuo a la sociedad

En el ejemplo anterior veíamos cómo se da una interacción social. Para Mead, los agentes sociales son capaces de leer los gestos de otros y anticipar la conducta social esperada, porque ellos mismos se comportarían de esa manera. Mead plantea una teoría de la interacción social que vincula la acción de los individuos y los roles sociales que han introyectado de otros agentes sociales.

Esta teoría de la acción busca dar una pauta acerca de cómo una interacción social puede darse. Desde la teoría de Mead, esta comprensión puede darse en función de una comunicación simbólica, que permite una especie de reconstrucción de la intersubjetividad que posibilita un entendimiento, no coactivo, entre los individuos. Además, posibilita no sólo el entendimiento entre los individuos, como en nuestro ejemplo anterior, donde ambas personas entienden que a uno de ellos, no le gusta que hablen mal del futbol; sino qué permite el entendimiento no coactivo entre la persona en sí misma. Por ello decimos que el análisis de Mead no parte de conciencias individuales, sino de patrones culturales que nos permiten entender un gesto de desaprobación y enojo, así como emociones positivas tales como la alegría o la felicidad. Para Mead, somos capaces de anticipar las reacciones de nuestros interlocutores porque nosotros sabemos que nosotros mismos reaccionaríamos de esa manera. Hemos interiorizado ciertos patrones sociales que guían la conducta y que nos permiten esperar cierta conducta de otros. Como una especie de rol del que nos hemos apropiado. No por nada, a Mead se le reconoce como un teórico del rol[3].

Imaginemos un ejemplo más. Suponga que ha discutido fuertemente con su pareja, pero ahora usted está en el trabajo o en la escuela. Sin embargo, no puede apartar de su mente la discusión, comienza a pensar en que dirá cuando llegue a casa o le hable por teléfono. Ha, incluso, pensado en un guion acerca de las palabras que le dirá y el argumento que utilizará. En este ensayo, también prevé ciertas respuestas que su pareja puede darle. Imagina una discusión acalorada y, de repente, se imagina diciéndole improperios, acto seguido a lo cual prevé cierta reacción de su pareja. Esta no le agrada, la percibe demasiado fuerte y, entonces, decide no utilizar ese argumento. Se ha dado cuenta y ha previsto la conducta y reacción de su pareja. Porque de acuerdo con el rol de pareja que han jugado y, ante el reconocimiento de que usted podría reaccionar de la misma manera, ha decidido no pisar ese terreno escabroso. ¿Cómo pudo prever la reacción de su pareja?, ¿cómo se ha producido esta conversación consigo mismo, en la cual anticipa las reacciones y conductas de su pareja, tal como si fuesen las suyas?

De acuerdo con Mead, al ser agentes sociales aprendemos desde pequeños a jugar ciertos roles. Aprendemos, a través del juego a esperar ciertas acciones de los demás. Así, un niño pequeño que juega a ser cartero, práctica entregando cartas, e incluso, tiene un juego simbólico que le permite jugar solo, pero ser cartero y usuario al mismo tiempo, se da y recibe la carta, ordena y entrega la cena; intercambia papeles que ha aprendido y sabe cómo debe darse cada rol. A mayor edad, intervienen juegos generalizados, tales como el deporte. Mead contempla aquí el caso del béisbol, pero nosotros podríamos regresar a nuestro ejemplo del futbol. En un juego organizado, el niño asume el rol de un jugador, por ejemplo, la defensa, pero debe también conocer y anticipar la reacción y conductas de los delanteros contrarios, de las defensas del otro equipo, así como de todos los jugadores de su equipo. Debe ser capaz de adelantarse a la conducta de los rivales y de los jugadores de su equipo, para así realizar un buen juego. ¿Qué ha aprendido el niño? Patrones de comportamiento y de conducta anticipada que le permiten interactuar en el terreno de campo. No llega al juego y decide ser árbitro, sino que toma su papel e inicia la interacción. En este caso, dice Mead, ha introyectado la conducta de otros y, en un caso más general, del otro generalizado, del papel de todos los jugadores y, en muchos casos, incluso de los espectadores, quienes también desempeñan un papel primordial en los encuentros.

Tan es así, que las personas realizamos conversaciones imaginarias con nosotros mismos, pero que tienen un referente social. Cuándo pensamos algo, pensamos en decírselo alguien más, ensayamos nuestras conversaciones e interacciones. Por ese motivo cuando pensamos algo, lo hacemos con el objetivo de publicarlo, de decírselo a otros, nunca pensamos algo en soledad, en algo que sólo nos diríamos en nosotros mismos. De hecho, aun cuando pensamos algo que no le diremos a otra persona se lo decimos a un “otro yo” por eso nos decimos cosas y nos las contestamos. Es por ello, que incluso el pensamiento no es subjetivo, ni individual, sino que es un pensamiento social.

Piense en su propio comportamiento. Cuándo se encuentra solo y piensa acerca de algún evento o alguna cosa en particular a menudo la piensa como si se la dijese a alguien más. Nunca pensamos algo para mantenerlo ahí, justo en la conciencia. A menudo, cuando hablamos con nosotros mismos lo hacemos como si fuésemos otra persona, como si tuviésemos un interlocutor. Esta es una de las razones por las Mead declara que no puede existir una persona fuera de un contexto social. Quizás podría ser que una persona, cansada de la vida social, decidiese convertirse en ermitaño, pero aún así no está solo, se tiene a sí mismo para conversar. Lo contrario es imposible, un ser humano sin sociedad, sin contacto previo y sin ningún tipo de contacto social, estaría perdido.

A través de esta vinculación entre roles, anticipación de conducta y pensamiento social, la teoría de Mead se aleja de diversos postulados internalistas de las acciones sociales. Al desvincularse de la comunicación de gestos, basada en comunicación de emociones y trasladarla al inicio de la conducta social, Mead indica que el gesto no intenta comunicar una emoción interna de un individuo particular, sino que es el primer indicio de la comunicación humana. He aquí que el paso de Darwin a Mead es decisivo. El gesto nada tiene que ver con las intenciones emotivas de los agentes individuales, sino con la conducta social. Al ser compartido como lenguaje de una comunidad, el gesto inicia la interacción, es, por tanto, comunicación simbólica.

La “comunicación” es una forma en que el individuo se convierte en objeto para sí. Se habla y contesta; no sólo se escucha, sino que se platica y replica, tal y como lo haría en una relación con otra persona de su grupo social; “comunicación en el sentido de símbolos significantes, comunicación que está dirigida no sólo a los otros, sino también al individuo mismo”.[4] La persona, al estar en un mundo social preexistente, aprende la comunicación como una serie de símbolos significantes, aprende también las actitudes de los otros de su comunidad. Al ser objeto para sí mismo, aprende a relacionarse consigo, tal y como lo haría con otra persona. Aprende a leer las actitudes de otros y cómo reaccionarían a su propia conducta, porque en él causarían la misma reacción. Esta objetividad, dada por el surgimiento ontológico de la persona dentro del contexto social, implica que el mundo es anterior al individuo. En este mundo es donde la persona se crea. De manera objetiva, tenemos el surgimiento de un nuevo ente, de la persona social.

Para Mead esto es posible en tanto que las personas somos capaces de interiorizar la conducta de los otros, somos capaces de actuar sabiendo la conducta que otros harán. Al interiorizar al “otro generalizado”, es decir, las actitudes de los otros, el individuo se comporta de cierta manera. Así, la persona que se crea, es capaz de saber, a través de la comunicación e, incluso, a través de los gestos, la reacción del otro individuo. Dada la visualización del otro y la previsión de su conducta, el individuo es capaz de cambiar su propio comportamiento.

He aquí la importancia de la comunicación. Si bien, el pensamiento es algo que se inicia en la mente y conciencia de los individuos, siempre se crea para hacerse público. Incluso cuando un pensamiento no se hace público, lo que una persona piensa lo hace siempre adelantando o imaginando lo que otros responderán. Todo aquel que dice algo, se lo dice primero a sí mismo, de no ser así, no estaría significando nada, no significaría nada ni para sí, ni para otros. También permite que la persona pueda hablarse a sí misma y contestarse como si hablara con otro individuo. Con ello se logra la inteligibilidad entre los individuos que pertenecen a una misma comunidad y del individuo consigo mismo.

En la interacción social se da una relación que sólo podría darse en función de símbolos y de gestos. La comunicación en sí comienza con esta conversación de gestos. Es decir, la reacción de un organismo, —reacción adaptativa apunta Mead— a la acción de un segundo, siempre se da con referencia a la antelación de que podría decir o hacer ese individuo. Esto sólo es posible porque el individuo tiene una conversación de gestos consigo mismo y, a través de ella, el individuo prevé que él mismo podría tener esa reacción. Por ello, la “Persona” que se creó, independiente al organismo, y a través de la interiorización de la conducta de los otros es capaz de reaccionar ante la interacción y cambiarse a sí mismo.

Es así que para Mead, la comunicación es simbólica y es social y por ellos, referentes hacia una filosofía de la conciencia están totalmente descartados. Un análisis centrado en el individuo sería cosificante y dejaría prácticamente al individuo en el centro del análisis, dejando de lado los patrones sociales y culturales, esto a todas luces, es un desatino.

De acuerdo con Habermas[5] desde principios del siglo pasado se dio un cambio en las teorías de la acción que intentaban dar cuenta de cómo los individuos interactúan en sociedad. Sin duda, el trabajo clásico que inicia este tipo de teorías de la acción, comienza con los postulados de Weber. Sin embargo, la recepción que tuvo su trabajo estuvo fuertemente marcada por un énfasis en la filosofía de la conciencia. ¿Cómo opera está filosofía de la conciencia? En términos generales, podríamos decir que pone un énfasis sobre la conciencia en un modelo sujeto-objeto, es decir, en un énfasis sobre el individuo y, más que eso, sobre su conciencia, como objeto de estudio y de explicitación y comprensión de toda acción social. Los problemas de este enfoque nos quedan claros, ¿Cómo acceder a la conciencia de los individuos?, ¿puede de alguna manera, evitarse el concepto de grupo, cultura o comunidad en pro de defender el estudio de conciencias individuales?, ¿puede ser esto conocimiento científico? Pensemos en el ejemplo anterior, ¿diríamos que la comprensión de la situación social puede darse apelando a la conciencia de aquel que desdibuja su sonrisa tras el comentario negativo del futbol?

Habermas[6] diría que este es un planteamiento superado ya hace varias décadas, no existe un planteamiento que pudiera apelar a conciencias individuales. Habermas afirma que la cosificación de la conciencia fue atacada por dos frentes a principios del siglo pasado, Por un lado, la filosofía del lenguaje se aleja de los postulados mentalistas para encontrar en los juegos del lenguaje y el seguimiento de normas, que se estructuran desde la lógica simbólica, patrones que son guiados para todos los individuos y que se alejan de las conciencias individuales.

Por el otro, Habermas identifica en el conductismo una corriente en la teoría psicológica del comportamiento que se aleja de la introspección y el conocimiento intuitivo y se centra en patrones de comportamiento observacionales que son guiados por la experiencia y la verificación. Parece difícil pensar que ambas tuvieran su origen en el planteamiento de Peirce, pero que en la actualidad se encuentran completamente diferenciadas. La filosofía del lenguaje ha encontrado vertientes más comprensivas, ha pasado del desarrollo de Carnap, pasando por Popper, al planteamiento del segundo Wittgenstein. Mientras que el conductismo radical de Skinner ha encontrado una vertiente más cognitiva en los planteamientos de la teoría cognitivo-conductual. Sin embargo, sigue centrado en un análisis del individuo, dejando el seguimiento de reglas, normas y la vida cultural, a una psicología social más apegada a las humanidades y la antropología, Es aquí donde el planteamiento de Mead tiene realmente cabida. A diferencia de la filosofía de la conciencia o análisis individual de la acción, Mead se centra, décadas atrás, en una teoría de la acción que vincule tanto al individuo como al ser social. Uniéndolos y dándole sentido al carácter individual y social de la psicología social medeana.

En este punto Mead muestra uno de los presupuestos centrales que compartiría con los pragmatistas de la escuela de Chicago. Mead contempló la posibilidad de vincular el trabajo individual de la psicología, con una perspectiva social emanada de la sociología. Este intento sería visualizado como el más eficaz en terminar la dicotomía emanada de contemplar al individuo con independencia de la sociedad y la sociedad como irrelevante en el estudio de la personalidad. Además, Mead estaba interesado en entender el problema de la teoría y, en dado caso, de la verdad de las interpretaciones y explicaciones, pero no en tender lazos contradictorios entre ellas. De hecho, en el estudio de las ciencias sociales, él consideraba tan adecuado utilizar las técnicas que implicaran la cuantificación y la medición como aquellas que utilizaran las narrativas e historias de vida.

Es aquí donde rompe de manera más tajante con el trabajo de Blumer[7] y el interaccionismo simbólico. Blumer, tenía una idea bastante diferente acerca de la interacción social. Para él, lo más relevante era el individuo, centro de toda discusión y origen de todo conocimiento. Para muchos un solipsismo que no solo iba en contra del trabajo de Mead sino que postulaba un triunfo del individuo sobre la sociedad que nadie podría defender. El interaccionismo simbólico tiene una veta individualista que no permite el conocimiento social, sino que sólo muestra la imposibilidad de conocer conciencias individuales.

Lo que parece interesante es que, dentro de las humanidades y las ciencias de la conducta, se ha vinculado el trabajo de Mead al interaccionismo simbólico y ambas corrientes a una defensa de la comprensión y la individuación como fundamento, por ejemplo, de la metodología cualitativa. Sin embargo, esto es un desatino. ¿Cómo se podría fundamentar la metodología cualitativa en teorías tan disimiles? Quizás los postulados de Blumer podrían agruparse bajo las disputas metodológicas entre cualitativos y cuantitativos, argumentando que el sujeto, el individuo y la subjetividad que encierra en sí mismo y la construcción social que de él emanan, podrían contraponerse a la realidad externa, dada por el mundo social, pero las tesis de Mead difícilmente podrían argumentar esta posición. Mucho menos aun cuando el propio Mead manifestó de manera directa su preocupación por que el debate no estuviera en el método sino en la teoría. Sin embargo, la confusión es tal que a Mead se le ha reconocido tanto como positivista y conductista social, como interpretativista. Emanado de las teorías del rol, se le percibe como interpretativista. Aunque lo opuesto también sucede, algunos autores identifican la cuantificación con la tradición pragmatista americana y la cualificación con la tradición filosófica europea.[8]

Mead podría ser un conductista en tanto que no niega la existencia de un mundo real que le impone ciertas condiciones que los individuos no pueden negar, pero sería un interpretativista al dar énfasis en la comunicación simbólica y el gesto como inicio de la comunicación simbólica. Junto con Mead, los pragmatistas —afirma Joas— no negaban la existencia de la realidad, pero tampoco la tomaban como determinante del análisis social. Así, los pragmatistas aceptaban que los actores sociales se enfrentan a problemas, lo decidan o no; estos ocurren en la realidad y no son debatibles a la voluntad de los actores sociales; no está en su libre albedrío aceptarlos o rechazarlos. Pero las soluciones que se tienen a ellos, no son dadas por la realidad, no existe una solución única y posible hacia ellos. De hecho, la acción del individuo, al ser creativa, presupone que algo nuevo se crea y se trae a cuenta a la realidad. Tampoco supone —como erróneamente se ha pensado— que los pragmatistas presuponen que existe una solución práctica o pragmática hacia ellos, en el supuesto de que los actores sociales ejecuten la conducta o respuesta que les es más sencilla o que les dará mayores ventajas.

Al enfatizar la importancia del pensamiento y el individuo como agente creativo, Mead propone una teoría social cognitiva que permite la vinculación entre el individuo y la sociedad. Sin embargo, la forma como responde el individuo a las exigencias de la sociedad no está determinado, aun cuando puede estar guiado, siempre existe la posibilidad de que el individuo responda de una manera creativa. Por ello, los pragmatistas mostraron que los actores sociales siempre responden a las problemáticas de manera creativa.

Así para Mead, aún y cuando un actor social haya introyectado una forma específica de acción que le viene dada por la sociedad, siempre responde como un “yo” como algo único y creativo. A veces, el mismo actor se sorprende de la manera en la que responde y, con ello, enfatiza su propia individualidad. Mead rompe con esta dicotomía entre lo objetivo y lo subjetivo. Para autores como Hans Joas, esto significa que la acción siempre es creativa. Aunque afirma que esta creatividad no sólo se ve reflejada en el trabajo de Mead, sino en el de James, Dewey y Peirce, todos pragmatistas de la escuela de Chicago. Aún y cuando los actores se enfrentan a problemas emanados de la sociedad, la acción humana no es coercitiva. No existe una coacción por parte de la sociedad, sino que la acción humana es más bien libre y está posibilitada por la creatividad y la imaginación. Aunque claro está, se trata de una “Libertad situada”, una libertad que depende de la situación social.

De esta manera, para Mead es claro que el análisis de la interacción comienza y termina en sociedad. Aprendemos la comunicación simbólica a través de la vida en sociedad. Nos enfrentamos a interacciones sociales en las cuales podemos adelantar la intención de las personas con las cuales interactuamos y llevar una comunicación efectiva. Sin embargo, lo contrario también es cierto. Como actores sociales podemos reaccionar de manera creativa pero también podemos fallar en la lectura de los gestos o, simplemente no “leer” los gestos de otros de manera adecuada. Podríamos entonces, más que estar en interacciones sociales saludables; en interacciones que no nos permiten comunicarnos con otros, y por ende, tampoco modificar la nuestra. Interacciones en las cuales no sabemos que esperar de otros, no somos capaces de leer sus intenciones y, por tanto, somos incapaces de seguir la norma o de ser creativos, somos, por tanto, incapaces de llevar a cabo la interacción saludable.

Bibliografía

Berger AA. Media and Communication Research Methods. An Introduction to Qualitative and Quantitative Approaches. Thousand Oaks, London, New Delhi: SAGE Publications; 2000.

Blumer H. Symbolic Interactionism: Perspective and Method. Englewood Cliffs, NJ, USA:  Prentice-Hall; 1998.

Habermas J. La lógica de las ciencias sociales. Madrid: Tecnos; 2001.

Joas, H. (1985). G. H. Mead A contemporary Re-examination of His hougth. Cambridge Massachusetts: The MIT Press.

Mead GH. Espíritu, persona y sociedad, desde el punto de vista del conductismo social.México: Paidos; 1973.

Morris AE. Pragmatic Naturalism. An Introduction. United States of America: Southern Illinois Press; 1977.

 

[1] Mead, G. H. Espíritu, persona y sociedad, desde el punto de vista del conductismo social

[2] Blumer, H. Symbolic Interactionism: perspective and method

[3] Morris,

[4] Mead, G. H. Espíritu, persona y sociedad, desde el punto de vista del conductismo social, p.170.

[5] Habermas, J. La lógica de las ciencias sociales

[7] Blumer, H. Symbolic Interactionism: perspective and method

[8] Berger, A. A. Media and Communication Research Methods. An Introduction to Qualitative and Quantitative Approaches.

 

[a] Profesora Investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo