Patentes, historia y biología

Patents, history and biology

Resumen

La historia de los decretos y leyes sobre patentes ha establecido que no es posible registrar como tales a los descubrimientos científicos. Por otra parte, una de las características principales de la ciencia es la comunicación y difusión de los resultados, lo que es contrario al secreto que se debe guardar cuando se pide una patente. En el presente artículo se revisan algunas de las solicitudes hechas en México en el siglo XIX, relacionadas con seres vivos, y se discute si quienes las plantearon fueron científicos o no.


Palabras clave: Patentes, inventos, historia de la ciencia, epistemología.

Abstract

The history of patent laws and regulations has shown that is not possible to register patents for scientific discoveries as such. One of the main characteristics of science is communication and dissemination of results; completely opposite to the principle of secrecy that must be kept when a patent is applied for. This article reviews some applications related to living beings made in Mexico during the nineteenth century, discussing whether the applications were made by scientists or non-scientists.


Key words: Patents, inventions, history of science, epistemology.

Decretos y Leyes

Aunque se piense que las patentes son un asunto reciente, su historia se remonta a hace varios siglos. El primer decreto que existió al respecto, en lo que hoy es México, data del 2 de octubre de 1820, cuando las Cortes Españolas trataron de asegurar el derecho de propiedad de los que inventaran, perfeccionaran o introdujeran algún producto que pudiera venderse o industrializarse. El inventor solicitaba la protección del gobierno, o sea la patente, para comercializar de manera exclusiva el producto de su invención y debía pagar mil reales por ese derecho. También debía comprobar de manera contundente que el objeto o la máquina que sometía a consideración no había existido nunca. En el artículo 2º se aclaraba que al gobierno no le tocaba examinar si los inventos eran útiles o no, sino solamente tenía que inspeccionarse que no fueran contrarios a las leyes, la seguridad pública o las buenas costumbres. Este decreto rigió durante buena parte del siglo XIX, con sólo algunas modificaciones.[1]

El 7 de junio de 1890 surgió otra ley sobre patentes en la que se establecía claramente lo que podía ser sujeto de privilegio y lo que no. En el primer caso, se podían patentar nuevos productos industriales o la aplicación de medios novedosos para obtener esos productos. En el segundo caso, no eran sujetos de patente los principios o descubrimientos científicos mientras fueran meramente especulativos y no se pudieran convertir en una máquina, aparato, instrumento, procedimiento u operación mecánica o química, de carácter industrial. Más adelante, en 1903, surgió otra ley con la que se intentó que los trámites fueran más rápidos. En ésta se señaló otra vez que no era patentable:“El descubrimiento que consiste simplemente en dar a conocer algo que ya existía en la naturaleza, por más que antes fuera desconocido para el hombre.”[2] Esta posición continúa vigente, pues en el capítulo II, artículo 19 de la actual Ley de Fomento y Protección de la Propiedad Industrial, se afirma que no se considerarán invenciones para los efectos de la ley: “I. Los principios teóricos o científicos. II. Los descubrimientos que consistan en dar a conocer o revelar algo que ya existía en la naturaleza, aun cuando anteriormente fuese desconocido para el hombre.”[3]

Ante esto, surgen algunas preguntas: ¿si los descubrimientos científicos no son sujetos de patente, entonces, qué se puede patentar en relación –por ejemplo- con el conocimiento de los seres vivos?, ¿qué patentes han sido solicitadas en México en tiempos pasados relacionadas con los organismos?, ¿cuáles fueron las primeras en solicitarse? Las respuestas a estas preguntas pueden encontrarse en los archivos históricos

Patentes en la Historia

En el Archivo General de la Nación se encuentran numerosos registros de solicitud de patentes del siglo XIX relacionados especialmente con las plantas, aunque hubo algunos relacionados con animales. Todas las solicitudes eran enviadas a la Secretaría de Fomento, encargada de coordinar los trámites de patentes y marcas.

Una de éstas es la que presentaron José María del Castillo y Valentín Guillemín para elaborar aguardiente, vinagre y sustancias colorantes con el jugo de la tuna. Los solicitantes habían ideado los métodos para elaborar esos productos y señalaron que las ventajas de contar con una industria semejante serían enormes dada la abundancia de ese fruto en el país.[4] Más adelante, en 1858, Guillemín envió otra carta en la que se declaró como el verdadero inventor del azúcar de tunas, producto que traería, según él, muchos bienes al público.[5]

Otra solicitud fue la que realizó un ciudadano francés, de nombre Luis Parronneau, el 28 de marzo de ese mismo año, para usar de manera exclusiva un aparato inventado por él para elaborar aguardiente del jugo de betabel. También solicitaba el privilegio de plantar y cultivar una variedad de betabel traído de Europa y que no existía en México. El jurado que se conformó para evaluar su proyecto decidió que la patente del aparato se le podía conceder, pero que la segunda petición era inadmisible, en primer lugar porque perjudicaría directamente a la agricultura del país y, en segunda, porque no era materia de privilegio el plantío y cultivo de una planta, sea cual fuere.[6]

Muchas de las peticiones se refirieron a la obtención de bebidas del maguey, diferentes al pulque. En 1877 un hombre llamado Juan Cerciat aseguró que había concebido un procedimiento con el que lograba obtener una bebida completamente diferente al pulque, más cercana al vino de mesa. Dos solicitudes al respecto fueron hechas por los dos únicos científicos que se encontraron en la revisión de las peticiones.

Uno de ellos fue el naturalista y pintor José María Velasco, quien en 1886 pidió privilegio por un procedimiento con el que podían obtenerse diversas bebidas alcohólicas. Velasco afirmó ser capaz de conservar el aguamiel por largos periodos, sin que sufriera alteración y sin agregar ninguna sustancia nociva. El otro fue el químico José Donaciano Morales, quien en 1889 pidió la patente de un método para obtener un alcohol de pulque superior al coñac. Con referencia al maguey y a otras agaváceas también se presentaron varias solicitudes por la invención de máquinas que facilitaban la extracción de sus fibras.[7]

Un caso distinto fue el que presentó Luis Parra, quien había construido lámparas, de variados y distintos modelos, de gas obtenido de aceites esenciales y resinosos. Don Luis afirmaba que había hecho muchísimas pruebas y experimentos con grandes desvelos y sacrificios pecuniarios con el fin de mejorar sus lámparas, por ejemplo, había logrado utilizar cada vez menos combustible.[8]

Una propuesta interesante fue la de Francisco García y Agustín Gómez en 1880, quienes indicaron que la extracción de trementina de los árboles hacía que éstos decayeran y murieran. Ellos habían estudiado y encontrado un método por el que podía extraerse la trementina, un aceite vegetal del que se obtenía gas, sin que los árboles resintieran en lo más mínimo su vigor.[9] Así, aunque se sabe que en ese entonces ya había preocupación por la conservación de los bosques entre gobernantes y científicos[10] , el ejemplo nos muestra que esta inquietud se manifestaba en otros sectores de la población.

En cuanto a animales se encontraron pocos ejemplos. Uno fue la solicitud hecha por Manuel Monti y Sorela, en 1855, para establecer cultivos de sanguijuelas curativas, otro el de Carlos Jacoby, en 1860, para introducir cultivos de peces en los lagos del Valle de México y otro hecho por una mujer, María del Pilar Ugarte viuda de Romero, en 1885, por la invención de un jarabe de ajolotes para tratar enfermedades de pecho y pulmón.[11] También se registraron dos propuestas de Alberto Lombardo quien patentó el perfeccionamiento de un sistema de procreación artificial de peces y la invención de un sistema para la procreación artificial de la madreperla (Pinctada mazatlanica)[12]

Un aspecto que se deba anotar es que desde esta época empezó a darse lo que hoy conocemos como biopiratería, es decir, solicitar derechos para la elaboración de productos que partían del conocimiento ancestral de los pueblos indígenas, sin darles a estos pueblos ningún reconocimiento ni remuneración alguna. Uno de estos casos fue por un procedimiento que facilitaba la obtención del tinte de la planta zacatlaxcale o zacatlaxcalli (Cuscuta tinctoria), tinte utilizado desde la época prehispánica para obtener el color amarillo. Otro, la solicitud para extraer el aceite de la semilla napahuite (Trichilia hirta) con el que las mujeres del Soconusco, Chiapas, restregaban sus cueros cabelludos y obtenían hermosas cabelleras. Aunque lo que se patentó en ambos casos fueron métodos, supuestamente novedosos, para obtener los productos y no las plantas- lo que por decreto no podía y hasta la fecha no puede patentarse en México-, sí había la apropiación de conocimiento indígena.[13]

Patentes y Ciencias Biológicas

Los ejemplos anteriores son sólo algunos de los registros encontrados y en muchos de estos casos se observa que sí hubo investigación y obtención de conocimiento para conseguir el producto o el método sobre el que se pedía la patente, ¿puede decirse entonces que los solicitantes eran científicos? Antes de responder esta pregunta, es necesario recordar que una de las características más importantes de la ciencia es que debe comunicarse. Los científicos dan a conocer los resultados de sus investigaciones con la publicación de artículos para que sean leídos por sus pares o por todo aquel que pueda comprenderlos. De ahí la frase tan escuchada de “publicar o perecer”. En cambio, las solicitudes de patentes son enviadas con reserva, para que las revisen sólo unas cuantas personas que deben guardarlas en el mayor de los secretos, porque se trata de resguardar un producto que va a comercializarse, cuyo método de preparación no puede difundirse. Robert K. Merton, iniciador de la sociología de la ciencia, en la segunda mitad del siglo XX planteó una serie de normas que deben guiar el buen actuar de los científicos y entre éstas se encuentra la de comunalismo, que es la que les exige compartir con el mundo los descubrimientos obtenidos, por reconocer que, finalmente, son consecuencia de una colaboración social.[14] Bajo este principio puede decirse, sin lugar a dudas, que los solicitantes de patentes no fueron científicos.

Los dos que fueron encontrados, el naturalista José María Velasco y el químico José Donaciano Morales, pidieron los privilegios de manera aislada, no como resultado de los estudios que realizaban, el primero como profesor del Museo Nacional y el segundo como integrante del Consejo Superior de Salubridad.[15] En el trabajo no se encontró la solicitud de patentes por parte de ningún otro científico que haya trabajado en los centros de investigación existentes en el siglo XIX. Aunque en ese entonces Robert K. Merton no había nacido, para los científicos mexicanos del siglo XIX era obvio que debían publicar sus resultados. Tan es así que cada centro de investigación que existió entonces tuvo su propia revista. Por otro lado, como ya se señaló, los que trabajaban en aspectos teóricos no podían patentar sus resultados por decreto (seguramente ni siquiera contemplaban esa posibilidad) y aquellos que buscaban obtener medicamentos o vacunas, como los del Instituto Médico Nacional (1888-1915) o los del Instituto Bacteriológico Nacional (1905-1921), no consideraban de ninguna manera solicitar un derecho de propiedad porque sabían que los resultados de sus investigaciones pertenecían al Estado, que pagaba sus servicios, y lo más importante y esto se puede leer en muchos de sus informes, porque estaban conscientes de que sus descubrimientos eran un bien público.[16]

Una reflexión en la que debe ahondarse es en la gran cantidad de disciplinas que constituyen a la biología, dirigidas todas a obtener conocimientos básicos que nos lleven a comprender mejor lo que es la vida. Desde los estudios naturalistas que incluían a la botánica, la zoología, la taxonomía y la paleontología; las que se integraron en el siglo XIX como la fisiología, la citología, la evolución; las que aportaron otras perspectivas en el siglo XX como la sistemática, la ecología, la etología, la genética de poblaciones, el estudio de las moléculas; todas tienen un fin muy distinto al de obtener algún producto que pueda comercializarse. Todas buscan comprender mejor la enorme complejidad de la vida en el planeta Tierra. Y la cantidad de conocimientos generados y los que faltan por obtenerse es tan grande que superan por mucho a aquellos que pueden llevar a tener una aplicación práctica o la obtención de una patente.

Así pues, resulta sorprendente que en los últimos años se haya establecido como algo ideal que los biólogos y otros investigadores cuenten con patentes, y que se intente medir la productividad científica del país por el número de patentes generadas. Se trate del siglo XIX o del XXI las leyes de propiedad industrial y los principios de la ciencia siguen vigentes y no hay manera de reconciliar dos ámbitos cuyos intereses son tan diferentes.

Referencias

[1]J. de la Torre.1903. Legislación de patentes y marcas. Colección completa de todas las disposiciones que han regido en México sobre esta materia, desde la dominación española hasta la época actual con tarifas, convenciones y arreglos internacionales y reformas y adiciones. México: Antigua Imprenta de Murguía

[2]Ibidem.

[3]Diario Oficial de la Federación. 1991, Ley de Fomento y Protección de la Propiedad Industrial. Diario Oficial de la Federación, 27 de junio de 1991.

[4]Archivo General de la Nación. 1857a. Fondo Patentes y Marcas, caja 3, expediente 319, 24 de mayo de 1857.

[5]Archivo General de la Nación.1858a. Fondo Patentes y Marcas, caja 4, expediente 338, 19 de noviembre de 1858.

[6]Archivo General de la Nación. 1857b. Fondo Patentes y Marcas, caja 3, expediente 320, 28 de marzo y 18 de julio de 1857.

[7]C. Cuevas Cardona. 2012. “Derechos de propiedad en la historia natural. Patentes mexicanas, 1855-1900.” En L.F. Azuela y R. Vega y Ortega (coords.). Naturaleza y territorio en la ciencia mexicana del siglo XIX. México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 65-84

[8]Archivo General de la Nación. 1858b. Fondo Patentes y Marcas, caja 4, expediente 349, 15 de abril de 1858.

[9]Archivo General de la Nación. 1880. Fondo Patentes y Marcas, caja 16, expediente 898, 9 de agosto de 1880

[10]C. Cuevas Cardona. 2011. “La investigación científica coordinada por la Secretaría de Fomento, algunos ejemplos.” En L. F. Azuela y R. Vega y Ortega (coords.) La geografía y las ciencias naturales en el siglo XIX mexicano. México: Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 81-102.

[11]C. Cuevas Cardona. 2012. Op. cit.

[12]Archivo General de la Nación. 1883. Fondo Patentes y Marcas, caja 21, expedientes 1045 y 1051, 21 de mayo y 23 de agosto de 1883.

[13]C. Cuevas Cardona. 2012. Op cit.

[14]Robert K. Merton. 1985. La sociología de la ciencia: investigaciones teóricas y empíricas, volumen 2. Madrid: Alianza Editorial.

[15]José María Velasco realizó estudios importantes sobre los ajolotes del Valle de México. José Donaciano Morales representó a México en varios congresos internacionales de higiene y salud.

[16]C. Cuevas Cardona. 2006. La investigación biológica y sus instituciones en México entre 1868 y 1929. Tesis para obtener el grado de Doctora en Ciencias. México: Universidad Nacional Autónoma de México.



[a]Profesora-investigadora del Área Académica de Biología. Doctora en Ciencias por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus temas de investigación abordan la historia de la biología en México y la historia ambiental.