Artemio conoce a Rafaela Palafox, una joven porteña de buena posición económica y una educación esmerada. Para su padre, Rómulo Palafox, Rafaela es el centro de su vida.

Además del romance –intenso, doloroso, a veces angustiante- entre Artemio y Rafaela, hay tres elementos que maneja magistralmente la novelista argentina:

1. El contexto histórico en el cual sitúa la historia. Es a principios del siglo XIX cuando los países latinoamericanos luchan de manera modesta en una primera etapa, con denuedo posteriormente, por independizarse primero de los ingleses, después de la corona española, representada por Fernando VII.


2. El otro elemento es el lenguaje de los gauchos que usa Furia aun cuando éste oculta su manejo del inglés, su lengua natal.


3. La descripción de los encuentros sexuales hace que la novela de Bonelli sea más atractiva, sin llegar al morbo.

La historia tiene un desenlace inesperado. El gaucho despreciado por la aristocracia argentina resulta ser el nieto del Conde de Grossvenor y heredero de bienes y riquezas innumerables. Artemio Furia toma su legítimo papel de Sebastián de Lacy y se traslada con su “Rafaela de las flores” como le llama a su amada, a vivir a Irlanda. Una novela intensa, de intrigas, venganzas, asesinatos pero también de amor profundo, sólido, definitivo con un toque especial. Los aromas de flores y plantas. Rafaela ama realizar ungüentos, perfumes, colonias. Hace combinaciones y mezclas exóticas que le permiten sobrevivir en días difíciles pero también atraer el sentido del olfato de su Artemio del alma que recorre su cuerpo hundida en los perfumes originales y estrambóticos que elabora Rafaela.

Como personajes secundarios aparece Ñuque, una indígena cuya belleza cautivó al padre de Rafaela, Rómulo, aunque este nunca se atrevió a contraer matrimonio con ella aun cuando ella vivió en su casa en calidad de sirvienta, y cuidó a los tres hijos que procreó y aceptó la esposa de Rómulo.