La pluma del autor recorre las cortes con una ambientación imponente, dando detalle de los acontecimientos que siguen con rigor las reglas de la época. Estudioso de las palabras y su significado, el autor fluye en el relato con la exactitud de los significados, y todavía se da el lujo de incluir sonatas de la época, embelleciendo el relato. “Las cosas que deseamos tarde o nunca las habemos y las que menos queremos más presto las alcanzamos. Porque Fortuna desvía aquello que nos complace más lo que a pesar nos hace ella misma nos lo guía (p 223)”.

Las condiciones históricas parecieran ser las mismas, el tema de la ambición en la que los hombres luchan e intrigan para lograr sus cometidos, sin saber que sacrificamos lo que se ama, como si las personas fueran cosificadas ante los pretextos que nuestra razón nos da. No solo es la corona la que se parte, también los corazones cuando no saben qué camino seguir. Es así como Juana pasa a la historia como partida, en su corona real y en su corazón deseoso de amor. Es acaso víctima por no saber enfrentar la defensa de sus territorios o sucumbe a la locura por el amor hacia su esposo. El pueblo danza de un extremo a otro, siguen las reglas de la corte, sin embargo, también hay ambiciones en juego. El triángulo entre el rey, la corte y el pueblo ante los intereses testamentarios de una madre que pretende proteger a su hija y enaltecer su linaje.

Es así como La corona partida no solo nos ofrece un pasaje de la historia de España, sino un relato actual, que fluye en los intereses del poder sin importar a quiénes sacrificamos, festejando cada uno de los pasos que nos llevan por el sendero de la posesión, no solo de terrenos, también de almas.