Dirección de Fomento a la Lectura

 

Nadia, la vecina voyerista que habla con ratones, dejará la seguridad de su hogar y el abrigo de sus amigos ratoniles para ir reconstruyendo pedazo a pedazo la infancia de Mija, “el pequeño gurú”, incapaz de vaticinar su propia muerte, y Ela, la niña “mala” que mueve objetos sin tocarlos, marcada por la mala suerte derivada del matrimonio sin amor de su abuela.

En ese libro Chacek nos habla desde el fondo de sus personajes, desde sus miedos más profundos, cada uno se cree solo en su singularidad, cada uno cree que es una rareza, cuando en realidad, el mundo de Caer es una forma de volar está poblado de personajes extraordinarios, ocultos dentro de su propia cotidianidad e incluso dentro de su propia obsesión y locura.

Tan humanos, tan frágiles y expuestos, los personajes tratan de cubrirse con sus corazas de miedo, de madurez y misantropía, pero el amor los irá “descobijando”.

De pronto Ela, la de la mala suerte, se siente afortunada, amada y bella, Nadia encontrará, con 30 años de distancia, a su contraparte, también amigo de los ratones, y Mija, tomará por primera vez una decisión que no ha sido dictada por su madre o por su miedo a ser descubierto en la mentira de ser un vidente –falso–, construido a través de la certeza de su madre de que él, su hijo, haría algo especial en el mundo.

En medio de la muerte de Mija, Chacek nos habla de la búsqueda de ser, de ese miedo a perdernos en medio de la rutina que se convierte, en ocasiones, en una puesta teatral cuyo disfraz usamos cada día. Testigos mudos y ocultos son los sabios roedores, esos animales perseguidos, que entre escobazo y escobazo encuentran la bondad para mirar a los humanos, cegados por su propio dolor, con piedad.

“Escúchame bien Ela, te puedes pelear con ella, pero nunca le ganarás a la mala fortuna…”

Fueron las últimas palabras que le dijo su abuela a Ela, el día que murió. Tras años de crueldad reflejada en la distancia, en nunca tocarla, abrazarla o decirle una palabra de aliento. Y sin embargo, en ese libro descubrimos que la suerte la construye uno mismo, que sintiéndose solos, los personajes tuvieron que romperse para darse cuenta que la normalidad es ser extraño y que para cambiar el destino o romper las “maldiciones familiares” se debe abrir al dolor, abrazarlo, llorar mares enteros, recomponerse, salirte de tu cuerpo y mirarte día a día, una fuerza de voluntad de acero, y un boleto de lotería terminado en número tres.