El Arte fúnebre y sus misterios

El Arte fúnebre y sus misterios

Por Alejandra Zamora Canales
Fotografía: Investigadora y Especial


Los seres humanos lidiamos de diferentes maneras con la muerte de un ser amado, sin embargo, la creación artística como método para dar un último adiós ha sido recurrente. Es el caso de poemas como “In Memoriam”, de Alfred Tennyson, o “Amante de las Flores”, de Louise Gluck, canciones como “Amor Eterno”, de Juan Gabriel, o “I have never loved someone”, del proyecto musical My Brightest Diamond.

Dentro de la pintura se ha visto reflejada por incontables pinceles desde Caravaggio hasta Francisco Toledo; e incluso durante los siglos XIX y XX el retrato fotográfico post mortem en México se volvió popular a través de la lente de Juan de Dios Machain, José Antonio Bustamante Martínez, Rutilo Patiño y Romualdo García, como método para inmortalizar la partida de un ser querido, particularmente infantes.

No obstante, uno de los medios más comunes de brindar un homenaje póstumo a quienes han emprendido el viaje final se encuentra en los cementerios, donde los vivos han ornamentado el paisaje a través de lápidas, capillas, mausoleos, esculturas y epitafios.



Leyes, cementerios y Tulancingo


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En este número de la Gaceta UAEH universitaria consultamos a la maestra María Esther Pacheco, profesora investigadora adscrita al Instituto de Artes (IA) de nuestra casa de estudios, para conocer más las muestras de agradecimiento, esperanza, dolor y maldición que descubrió en el panteón de San Miguel, ubicado en la ciudad de Tulancingo.

De acuerdo con el artículo “El último adiós”, escrito por la maestra Pacheco para la revista científica Magotzi, el 31 de julio de 1859 Benito Juárez expidió en Veracruz la Ley de Secularización de los Cementerios.

Constituida por 16 artículos, establecía que el clero dejaría la responsabilidad de los fallecidos a los jueces del Estado Civil, con lo cual se prohibió hacer entierros dentro de las iglesias. Se decretaba la formación de cementerios, campos mortuorios, necrópolis o panteones alejados de las ciudades por cuestiones de sanidad, las inhumaciones solo podían ser autorizadas por el Estado y se dictaron normas para la conservación, decoro, salubridad, limpieza y adorno de estos establecimientos.

En la ciudad de Tulancingo el atrio de la catedral también era ocupado como cementerio. Al entrar en vigor la Ley de Secularización un nuevo cementerio se creó y fue conectado con la iglesia por la denominada “Calle de las calaveras”, hoy en día conocida como Calle Independencia, los investigadores suponen que en este lugar existió otro panteón.

La investigadora María Esther Pacheco estaba estudiando la huella franciscana dentro de la catedral de Tulancingo cuando descubrió en el muro norte del inmueble cuatro lápidas pertenecientes a la familia De la Torre, cuyos restos son los únicos autorizados para ser conservados en la iglesia.

A su vez, se tiene el conocimiento de que el Fray Arnaldo de Basacio, franciscano quien vivió y murió en el antiguo convento de San Juan Bautista Tullantzinco, fue enterrado en la catedral, sin embargo no hay registros sobre el lugar exacto.

En 2010, durante una excavación en la nave principal con la finalidad de realizar estudios de cimentación y mecánica de la catedral, se descubrieron una vasta cantidad de osamentas de manera desordenada. Se cree que durante la reedificación del inmueble a finales del siglo XVIII, los cuerpos que estaban enterrados en la antigua iglesia fueron exhumados y arrojados en esta fosa quedando en el anonimato.



Hallazgos en el panteón de San Miguel


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Dichas investigaciones llevaron a la docente Garza al panteón de San Miguel, cuya construcción data del año 1824, pero las tumbas más antiguas se remontan a las tres últimas décadas del siglo XIX, donde descubrió que un total de 36 monumentos fúnebres y esculturas han sido catalogados como históricos por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Sin embargo, las fichas realizadas por el organismo gubernamental no brindan más datos que la época de construcción y el tipo de monumento. “Resulta que las familias ya no tienen más información sobre estos monumentos, porque algunas de las tumbas más antiguas datan del año 1860, incluso muchos fueron cambiados de lugar”, declaró Pacheco sobre su trabajo por recopilar más datos sobre los inmuebles.

Actualmente existe un alto deterioro natural en gran parte de los monumentos y lápidas del cementerio, debido a la falta de mantenimiento, trabajos de restauración, la exposición, así como los cambios de lugar que se han realizado.

Una de las tumbas con mayores problemas es la de Luis Ponce Romero cuyas esculturas de mujeres han sufrido los estragos del tiempo, sus rostros blancos se han ennegrecidos. Algunas lápidas, como las de Marie Suzanne o Guillermo De la Torre se encuentran rotas o mutiladas.

La docente Garza exhortó a la población en general a respetar las esculturas y monumentos de los cementerios del país, debido a que dentro de estos lugares se pueden encontrar guardianes del patrimonio artístico y cultural de la nación que yacen a la intemperie, desgastándose con el paso del tiempo, con el objetivo de proteger el descanso eterno de las almas que reposan en campo santo.



Esculturas y frases fúnebres


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María Esther Pacheco, profesora investigadora del Instituto de Artes (IA).



Durante su investigación sobre los monumentos históricos que se hallan en el panteón, la maestra Pacheco descubrió que en su gran mayoría hay presencia de ángeles y querubines en forma de mujeres o niños pequeños.

La profesora investigadora resaltó que este tipo de símbolo vino a sustituir al dios romano Mercurio, quien en la antigüedad tenía entre sus encomiendas el traslado de las almas recién fallecidas al inframundo, siendo el mensajero entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Asimismo, destacó que muchas de las inscripciones son muestra de agradecimiento, amor y reconocimiento para las madres y los padres; otras enaltecen la amistad que se tuvo en vida; en el caso de los infantes que morían se denota la resignación ante la partida, ya que antiguamente se consideraba que aquellos que morían jóvenes eran los más amados por los dioses, porque al morir a temprana edad se ahorraban las penas y dolores del mundo terrenal.

Entre las más destacadas en el Panteón de San Miguel, se encuentra el epitafio de Luis Ponce Romero, distinguido médico, poeta y filántropo, quien tras haberse contagiado de tifus y haber perdido a su madre seis meses antes de su muerte, al sentir cercano su propio deceso mandó a escribir la leyenda que perduraría desde 1875 en la piedra de su ultimo reposo.



“No pudo vivir sin su madre“



Pero no todas las palabras que yacen en las tumbas guardan amor o resignación ante la pérdida. Entre las lapidas, mausoleos, ángeles y flores, la investigadora María Esther Pacheco encontró las siguientes palabras talladas:



“…conjunto de tu familia⁄
y un sinfín de personas⁄
Lloran tu desgracias pero⁄
de Dios caiga la maldición⁄
Sobre los culpables⁄
Recuerdo familiar”



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Un último adiós lleno de un dolor distinto al de las otras, aquel que pide el castigo de Dios sobre los culpables de la muerte del familiar y que el tiempo ha conservado desde 1944.

María Esther Pacheco mencionó que al indagar dentro de los archivos parroquiales encontró una particularidad que es notable resaltar. Anteriormente cuando se llevaba a cabo un bautizo o un matrimonio estos eran registrados en libros separados, entre aquellos de españoles y los de castas, no obstante, para las defunciones existía un solo registro.

“Todos somos iguales a la hora de la muerte, nadie va a poder escapar de este fin… no nos llevamos nada, por muchos bienes que hayamos tenido o conocimiento que hayamos adquirido, somos iguales”, sentenció Pacheco al finalizar.