Reflexiones de nuestra memoria histórica desde el Archivo
Las carencias decimonónicas institutenses

Los informes del entonces Instituto Literario y Escuela de Artes y Oficios del Estado de Hidalgo son un referente significativo para conocer los avances, necesidades y carencias que se vivían en el quehacer del instituto hidalguense, y son un valioso ejemplo para evidenciar el proceso en que hasta nuestros días ha alcanzado esta casa de estudios desde sus más remoto pasado.

Según la normativa interna del Instituto los informes debían de ser elaborados por la máxima autoridad de la escuela, que era el Director, en ellos había que dar noticia de todo lo ocurrido en ciclo escolar que había concluido: de las cátedras, de la instrucción de los alumnos, del estado de la escuela y de los medios para perfeccionarle, entre otros. Esta documentación tenía que entregarse dentro del primer trimestre del año al ejecutivo, puesto que la información contenida era referenciada en el informe de actividades que rendía el gobernador en turno.

Lo anterior nos acerca a la génesis e utilidad que tenía este tipo de documento en épocas pasadas, ahora podemos analizar lo que éste nos aporta. Para demostrar lo mencionado contamos con el informe fechado el 28 de febrero de 1881, elaborado por el entonces director Miguel Mancera de San Vicente, y que puntualiza lo siguiente: Inicia destacando el excelente aprovechamiento y resultados en los exámenes generales de los estudiantes; Académicamente señala las adecuaciones que se efectuaron en el programa de estudios de Derecho, mismo que se ajustó a los que existían en otros colegios de México y que sirvió para economizar en el pago de otro profesor.

Para la carrera de Ingeniería en Minas se había contratado un profesor para el sexto año, debido a que dos alumnos municipales del quinto año habían sido admitidos en la Escuela Práctica de Minas, que recién se había mudado a la ciudad. En los idiomas francés e inglés se habían obtenido resultados excelentes, debido a la implantación de cursos con duración de cinco meses para alcanzar el máximo perfeccionamiento, en consecuencia, el director proponía se conformasen academias de idiomas, de latín y literatura. Para los estudios profesionales de Farmacia y Docimasia se menciona a dos alumnos municipales quienes estaban en prácticas, para presentarse a examen profesional.

Sin embargo, las noticias de las necesidades y carencias comprenden la totalidad del informe. En este caso San Vicente refiere las necesidades materiales del plantel y el provecho que significaría para los alumnos, en este particular exhortó al gobernador para que en cada cátedra existiese un pizarrón que abarcase toda la pared del salón de clases y que no rebasase la altura de dos metros y que tuviesen mucha luz, “a imitación de lo que se acostumbra en otras naciones”.

Ya en los talleres y en cada clase en específico señala: para los talleres, no existía herramienta para poner en marcha los de relojería y tornería, en consecuencia, no se impartían lecciones ni había catedrático. Para la clase de Gimnástica estaba en uso la escalera, por “no haberse quitado el antiguo presbiterio ni expeditado de escombro la parte de la capilla que sigue hasta él hasta la pared levantada” y que servía para dividir a los talleres.

Biblioteca del Instituto Científico y Literario del Estado de Hidalgo. ca. 1900_1, Archivo General de la UAEH.

Se menciona también que las barraras paralelas se habían instalado debajo del ex coro, pero se hace hincapié en que por ahí entra mucho aire, lo que perjudicaría la salud de los alumnos.

Como hemos podido darnos cuenta lo que hoy es el salón de actos “Baltazar Muñoz Lumbier” funcionaba como el gimnasio; empero, este se encontraba en un estado ruinoso y necesitaba urgentes reparaciones sobre todo en la viguería, pues se menciona que dicho edificio en su parte superior sería adaptado como observatorio por petición del Observatorio Nacional, que había hecho ya hacía cuatro años.

Por tanto, muchas eran la necesidades, adecuaciones y reparaciones del edificio, entre ellas la limpieza de los acueductos y manantiales, puesto que no se contaba con agua potable, lo que ocasionaba que se acarreará de las fuentes públicas para beber y hacer la comida, para lo cual se pedía al gobernador que iniciase con los trabajos de la cañería para la “fuente construida en el primer patio” para proveer a todo el edificio del liquido.

En fin, se requería: “componer las escaleras del segundo patio; hacer las divisiones del tercer dormitorio; levantar pretiles erizados de navajas de obsidiana o de vidrio [...]; fabricar en el gran espacio cercado que era panteón; hacer la atarjea desde los inodoros hasta la calle de Allende y mejorar toda la fachada”.

Y como obras de menor costo se pedía “subir a la azotea la campana que está en la portería; poner en la escalera principal un cancel doble que modere el viento; utilizar las columnas del patio como tubos para bajar las aguas […]; ventilar perfectamente los calabozos; reponer la multitud de vidrios que faltan en el comedor, cátedras, dormitorio, y [el] tragaluz de la escalera”.

Como dato estadístico el total de alumnos en el año de 1880 apenas sobre pasado el centenar, en el Instituto se formaban 120 estudiantes.

Analizando el documento es fácil percatarse que el plantel estaba necesitado de muchas adecuaciones materiales. Asimismo, no era algo extraordinario que los internos carecieran de ropa y artículos de higiene personal. Igualmente, las cátedras de Mineralogía, Zoología, Botánica, Química, estaban carentes de materiales de estudio, textos e instrumentos.

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