La extinción de los glaciares mexicanos

Glaciares mexicanos

Por Alejandra Zamora Canales
Fotografía: Investigador


En 2018 el corazón de hielo del volcán Iztaccíhuatl dejó de latir, el glaciar Ayoloco, cuya nieve cubría de blanco el centro a la mujer dormida, fue declarado extinto por investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Este año los científicos y montañistas colocaron una placa del deshonor en donde alguna vez existió el glaciar, como recordatorio a las generaciones futuras de que se tenían conocimientos sobre el impacto del cambio climático y las acciones que debían realizarse para salvaguardar al planeta.

Para la edición de Gaceta UAEH del mes de julio, consultamos al doctor en Ciencias Numa Pompilio Pavón Hernández, profesor investigador del Centro de Investigaciones Biológicas del Instituto de Ciencias Básicas e Ingenierías (ICBI), sobre el destino de los últimos glaciares mexicanos.



Los últimos hielos perennes


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Un glaciar es una masa de hielo compacta que tiene dinámicas de crecimiento y perdida derivadas de precipitaciones sólidas como nieve, granizo y ventiscas, a diferencia de las masas de hielo polares, también intervienen factores de altitud y latitud.

Los glaciares en México se forman en las áreas que se encuentran arriba de los cinco mil metros de altitud, como los volcanes Popocatépetl (cerro que humea), Iztaccíhuatl (mujer dormida) y Citlaltépetl (cerro de la estrella o Pico de Orizaba).

El Popocatépetl se encuentra a cinco mil 420 metros sobre el nivel del mar, lo cual favorece la conservación de los glaciares, sin embargo su alta actividad eruptiva terminó por extinguirlos o sepultarlos bajo la ceniza. De acuerdo con el último inventario realizado por glaciólogos en 1996, el volcán contaba con dos masas de hielo perenne denominadas: “ventorrillo” y “noroccidental”.

Por su parte el Citlaltépetl tiene una altura de cinco mil 670 metros y poseía cuatro glaciares que abarcaban en 1958 un área de 9.5 kilómetros cuadrados, a consecuencia del calentamiento global se aceleró el deshielo y retroceso de los mismos, en consecuencia su número se redujo a dos áreas denominadas: Norte y el pequeño Noroccidental. Las proyecciones de los científicos no son alentadoras, se calcula que su tiempo de vida serian de dos a tres décadas más.

Mientras que el Iztaccíhuatl, situado a cinco mil 240 metros de altitud, contaba con 12 glaciares, los cuales fueron documentados en 1958 por el arqueólogo José Luis Lorenzo; para 1982 desaparecieron los glaciares "del cuello", "oeste-noroeste", "suroriental" y de "San Agustín", representado un 16 por ciento menos del área glaciada del volcán.



Ayoloco es el compuesto de tres palabras nahuas: Atl, agua; Yólotl, corazón y Co, lugar; su significado es “El lugar del corazón del agua”.



Antes del 2018 “La mujer dormida” poseía cinco zonas glaciares ubicadas en el pecho, estómago y tres en el suroriente. Tras la toma de fotografías satelitales para el monitoreo de la zona, los científicos descubrieron que el hielo perenne de la zona central dejó de existir. El glaciar nombrado en náhuatl “El lugar del corazón del agua” oficialmente quedó declarado extinto. Actualmente el Iztaccíhuatl cuenta con tres cuerpos cuya superficie no excede a los 0.6 kilómetros cuadrados, incomparable con los 6.23 kilómetros que se tienen registrados durante 1850.



Glaciares: evidencia del calentamiento global


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De acuerdo con el Doctor Numa Pompilio Pavón Hernández, la desaparición de estas zonas tienen impactos negativos en el planeta, un ejemplo de ello es en el efecto del albedo; el glaciar reflejaba una gran cantidad de energía a la atmósfera, pero al desaparecer la nieve, esta luz comienza a ser absorbida por las piedras de la montaña generando un cambio de temperatura en el área, la cual repercute en la biodiversidad.

“Es posible que la pérdida de los glaciares generen extinciones de algunas especies en los picos o un reemplazamiento de la diversidad por especies más tolerantes a temperaturas elevadas”, sentenció el especialista en el tema de cambio climático.

A su vez, mencionó que durante los diferentes ciclos de glaciaciones en México se generaron glaciares en zonas bajas como el Ajusco, ubicado en el Estado de México, los cuales al entrar en un periodo de deshielo dieron origen a varios sistemas hídricos. La desaparición de estas zonas, sistemas de nieve y hielo podrían afectar directamente la alimentación de los mantos freáticos, lagos y ríos subterráneos.

“Son evidencias claras y rotundas del calentamiento global, estamos siendo testigos de hechos derivados del cambio climático como la extinción de los glaciares en México”, declaró el investigador.

Las precipitaciones sólidas en los picos altos de los volcanes seguirán ocurriendo, dicha acumulación va a generar escurrimientos y brindarán los paisajes nevados invernales a los que se tiene acostumbrada a la población, pero no formarán nuevos glaciares debido a que la nieve que se acumula contienen demasiado aire, lo que impide la constitución de aquellas masas compactas de hielo que dan pie a los glaciares.

Para la formación de estas zonas es necesario una serie de condiciones climatológicas que permitan temperaturas frías en periodos largos de tiempo, de esta manera se favorecen las precipitaciones sólidas, el problema radica en que los altos incrementos de temperatura derriten el hielo y el granizo que apenas se está formando.

De acuerdo con datos de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) la temperatura promedio de México aumentó dos grados en los últimos 35 años. Tan solo en el 2020 nuestro país registró un nuevo récord histórico con un promedio de 22.4 grados centígrados a nivel nacional, colocándolo junto al 2017 y 2019 como el año más cálido desde 1953; mientras que a nivel global, la temperatura del planeta fue de 1.2 °C por encima del nivel preindustrial, es decir, en el periodo de 1850 a 1900, informó la Organización Meteorológica Mundial.



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Doctor Numa Pavón Hernández, profesor investigador del Área Académica de Biología del ICBI.



El doctor Pavón Hernández externó su preocupación ante la posibilidad de una respuesta tardía para detener los efectos del cambio climático, rememoró la situación de los refugiados climáticos y las muertes por hambruna en África, las cuales se derivaron de la sequía que azotó el continente en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado.

“Nadie quiere que tocar fondo implique la muerte de un alto porcentaje de la población mundial si no hacemos nada, por desgracia estas escenas se pueden repetir y no en países tan lejanos”, recalcó el docente del ICBI.

Por ello, el investigador considera que es necesario implementar acciones proactivas que impacten directamente en la resolución del problema del cambio climático, no obstante estas medidas deben ser a escala global y simultáneas.

De acuerdo con Pavón Hernández, la dinámica de los gobiernos mundiales es actuar de manera reactiva ante este fenómeno, es decir, implementar programas de mitigación una vez que ya hemos sido afectados por los efectos (huracanes, incendios forestales, sequías o inundaciones) del cambio climático.