¿Qué sabe uno del paso del tiempo cuando cada instante es polvo moribundo que se cuela por la nariz, los ojos y la boca, y envenena, desarma y aniquila?
Hay guerras que están perdidas de antemano: en el momento mismo en que nacemos, comenzamos a morir. Hoy es martes en el aire, pero en mi respiración sigue siendo sábado: hasta donde me alcanza la memoria, estoy viviendo el mismo día (como Lao Tse, estoy entrampado en un laberinto donde alguien sueña que lo sueño que me sueña)…
Tabacalera Town (la perspectiva del cinto piteado)
es un libro sobre la maldición y la tradición en un territorio ficticio que pudiera ser el norte de México. La maldición tiene su motivo en la figura de Manuel Bangs, impresor pionero de Aridoamérica y que luego de empuñar armas contra Joaquín de Arredondo, fue hecho prisionero de guerra, obligado a pasar el resto de su vida como impresor de la propaganda enemiga. Ese acontecimiento marcó, por ósmosis, a Tabacalera quien nunca ha podido ver en su tradición la sana cultura editorial, dando pie a la literatura oral y a la tradición corridística como la roca fértil.
Lo que queda del fuego
Ágil, certera, contundente, es así desde la primera página Lo que queda del fuego, apuesta de Joel Rangel Celaya, cuya historia es clara y honda desde los primeros momentos de la lectura; intensificando apenas nos adentramos a la obra que no escapa a lo auténtico y cotidiano de los personajes que se muestran en esencia seres de carne y hueso, precarios y de insospechadas pasiones. Si bien al inicio de la trama el relato puede parecernos ajeno, la aparición del Anciano, dará un giro de trescientos sesenta grados a la narración, y por tanto a la vida de la Mujer, que se verá arrastrada a los siniestros juegos de memoria. Reaparecen los recuerdos, fragmentos de la vida que no se cumplió o se cumplió a medias. Evocar no siempre es la felicidad, por el contrario, llega a ser perturbador. Bajo esta mirada, resulta imposible quedar ajeno al torbellino, pues cuando un olvido se recupera puede arrojarnos a marasmo de los abismos donde lo que más deseamos es volver a olvidar. Lo que queda del fuego, “puesta en escena” de Joel Rangel Celaya, es el rencor, pero también el arrepentimiento, el grito que clama amor y perdón.