Ser mujer en la ciencia




Melani Cabrera Cano*
*Prestadora de Servicio Social en la Dirección de Divulgación de la Ciencia


En el complejo mundo de la ciencia haber nacido mujer era sinónimo de una condena y aunque esta situación ha mejorado, no es suficiente. En el marco del pasado Día Internacional de la Mujer que se conmemora cada 8 de marzo, aquí un repaso histórico de su inserción en la academia.

En principio, el acceso a la educación superior para las mujeres es un tema reciente, de no más de 150 años, ya que a pesar de que algunas pudieron estudiar gracias a un permiso especial o disfrazándose como hombre, fue hasta finales del siglo XIX cuando, sistemáticamente, se les permitió ingresar a las universidades y poder titularse.

En Estados Unidos existió desde 1742 el Seminario Femenino de Belén en Germantown, Pensilvania, que posteriormente, en 1863 se reconoció como institución y fue capaz de otorgar títulos de grado. Pero fue hasta 1884 que se fundó la Universidad de Mississippi para mujeres, llamada en ese entonces Instituto Industrial de Mississippi y Colegio para la Educación de Niñas Blancas.

En España, a partir del 11 de junio de 1888, gracias a una Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública, permitieron el ingreso de mujeres a las universidades como estudiantes privados si contaban con la autorización del Consejo de Ministros. Fue hasta el 8 de marzo de 1910 que aprobaron una nueva Real Orden que autorizaba a las mujeres matricularse en condiciones de igualdad con los hombres en todos los establecimientos docentes.

En México, al igual que en otros países, hubo casos excepcionales de mujeres universitarias. La primera fue Matilde Montoya que se matriculó en 1870 en la Escuela Nacional de Medicina con la ayuda de Porfirio Díaz y recibió el título de médica cirujana en 1887. Pero no fue hasta 1910, con la fundación de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que se facultó abiertamente a las mujeres para ingresar a instituciones de educación superior.


Pero nada fue fácil


No obstante que las mujeres iniciaron sus estudios universitarios, eso no significó que tuvieran un camino fácil pues fueron víctimas de rechazo, prejuicios, críticas, acoso e incluso violencia. Fue su determinación y coraje lo que las llevó a concluir sus estudios y con ello, abrir camino a las siguientes generaciones.

Según datos de la UNAM, el incremento de la presencia y participación femenina en dicha universidad fue paulatino. Se considera como principal referentea a esta máxima casa de estudios por su alto porcentaje y representatividad de estudiantes y porque hasta 1970 la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior (ANUIES) logró estadísticas de las instituciones superiores del país.

La UNAM registró en sus anuarios estadísticos que en 1940, las mujeres representaban el 20.73% del total de la matrícula. Diez años después, en 1950 bajó a 18.26%. Lo mismo sucedió en la década de 1960 con un registro del 17.62%. Pero en 1970, según la ANUIES, que se elevó a poco más de la cuarta parte del total, con 27.3%. En 1980 subió al 34.38%; 1990 fue del 44.31% y con la llegada del nuevo milenio, en 2000 representó el 48.72%, casi la mitad del total. Hoy en día, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), las mujeres conforman el 49.2% del número total de estudiantes universitarios.

Sin embargo, a pesar de la apertura de espacios universitarios para que ellas estudien y su mayor presencia en áreas de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, conocidas por sus siglas en inglés como STEM, las cifras son bajas, puesto que solo tres de cada 10 profesionistas son mujeres, a pesar de representar el 22% mientras son estudiantes. Lo anterior significa que al egresar su contratación es menor frente a sus pares varones.

Ante esta brecha de género resulta indispensable comprender qué es lo que la ocasiona y cómo puede erradicarse. Alejandra Araiza, doctora en psicología social y profesora investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, compartió una reflexión personal: “reconozco que siempre fue más difícil participar en los debates de la teoría, sobre todo cuando era más joven, en mi condición de mujer. Yo veía a los compañeros varones y veía además a los que eran más grandes, mucho más seguros de lo que decían y cómo se apoderaban de la palabra en los debates, y eso a veces me apantallaba y me echaba para atrás”.

De acuerdo con cifras de la Organización de las Naciones para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) las mujeres investigadoras solo representan el 28% del total a nivel mundial.

La directora de ONU-Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, dijo en un mensaje oficial “necesitamos una estrategia dedicada no sólo a aumentar la representación de las mujeres en la cartera de talentos para trabajos en ciencia y tecnología, sino también asegurarnos de que ellas prosperen, incentivándolas a permanecer en estos trabajos bien remunerados y diseñando culturas organizativas en las instituciones que permitan a las mujeres avanzar en estos campos”.

El primer paso es brindar un espacio óptimo y confortable para las niñas, para que se sientan seguras y libres de poder elegir la carrera que quieran y ejercerla confiadas, tal como lo señaló Alejandra Araiza en entrevista, “primero me inspiró mi madre que siempre me apoyó mucho para estudiar y después la doctora Olga Bustos Romero que fue mi maestra feminista de la UNAM. Vengo de una familia de mujeres guerreras”.

Por último, la investigadora de la UAEH recomendó a las mujeres: “yo siempre aconsejaría a las mujeres dos cosas; uno, que estudien más, que lean, que lean sobre diferentes temas, pero particularmente sobre género, condición de las mujeres y sobre feminismo; y la otra muy importante, es que se rodeen de otras mujeres y si es posible, de otras mujeres que también estén interesadas en leer y trabajar en estos temas. Esa es la única manera de cuidarnos en un espacio que sigue siendo predominantemente hostil para las mujeres”.