Este apremio empezó por anularse cuando Lena conoció a Alex, un joven con quien compartió el saludo una sola vez, el tiempo suficiente de un instante para sentir electricidad recorrer toda su piel. Lo conoció en una fiesta a la cual su mejor amiga Hanna la invitó, y aunque no quería, accedió.
Sin darse cuenta, Lena, en tanto más conocía a Alex mayor era el número de emociones que él le provocaba. Sus ojos ambarinos y la constante batalla de opiniones hacían que se sintiera una ley de atracción. ¿Alguna vez lo has experimentado? Ese acelerar-frenar cual auto de carreras como si ambos estuvieran esperando a estallar frente a un muro de contención. Lo peor vino después.
Lena se había enamorado, y aunque intentara negarlo el sentimiento ajeno y desbordante dentro de su cuerpo no paraba al estar junto a él. Esa necesidad de estar cerca pero no lo suficiente hacía una perfecta sinonimia entre la luna y el sol. Y de pronto un beso, luego caricias, un susurro. No había quién lo detuviera.
En el marco de una batalla por recluir a los infectados de amor, Alex y Lena intentaron huir a Tierra Salvaje, un lugar sin garantías de vivir. Cómo no cometer el riesgo si la fuerza del amor le daba el empuje a todo, a correr, a gritar, a besar, a volar, y sobre todo a huir.
Delirium
Lauren Oliver
Selene Ameyalli Torres Martíne
Equipo de Fomento a la Lectura
¿Alguna vez han salido tan heridos de un amor que ruegan a la nada jamás haberlo hecho, jamás haberlo conocido, o haberla?
Hace unas décadas se catalogó al amor como una enfermedad. El término médico adecuado para identificarla era deliria nervosa de amor y cada uno de nosotros nacemos con ella. Antes que desencadenara una sintomatología de tener ganas de gritar o aferrarse a algo o a alguien, a la edad de 18 años se nos inyectaba la cura para evitar estos padecimientos. Posterior a ello a cada mujer y hombre se nos asignaba una pareja con la cual debíamos cumplir con la continuidad hereditaria, no sin antes efectuar el convenio del matrimonio.
Pasados los sesenta y cuatro años de catalogar esta enfermedad y cuarenta y tres con la cura, conocí a una joven de nombre Lena Holway, quien siempre encontré desesperada porque la inyectaran lo antes posible, y cómo no iba a hacerlo cuando vio sufrir a su madre dentro de un cuarto golpeándose la cabeza de una pared a otra.