La cercanía de la muerte y las voluptuosas promesas de la vida se funden en la prosa lírica y delicada del japonés, capaz de describir con poética precisión y delicadeza cualquier gesto, cualquier movimiento, cualquier rasgo de los personajes, y a su vez infundir nostalgia, vida y pensamiento en los detalles más pequeños de la historia y de las doncellas dormidas.
“No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido.” Con esta cita comienza Gabriel García Márquez su libro memoria de mis putas tristes, rindiendo homenaje al libro que, según él, le hubiera gustado haber escrito.
La casa de las bellas durmientes
Yasunari Kawabata
Una casa secreta reservada únicamente para ancianos que han perdido su virilidad y su capacidad para violentar una mujer, donde se les permite dormir con hermosas jóvenes que no despertarán bajo ninguna circunstancia. En esta novela corta Kawabata nos sumerge con sencillez y sutileza en un mundo escondido, donde el erotismo y la nostalgia por la juventud se juntan en los pensamientos del viejo Eguchi, quien a su edad aún siente la capacidad y el vigor de sus años mozos, pero a quién ya consideran suficientemente viejo para ser recibido en la casa.
El autor nos lleva por un viaje etéreo donde el erotismo es ligero, evocativo y misterioso, donde las curvas de unas caderas esconden los recuerdos más profundos y los sueños más tortuosos, la boca húmeda de una doncella y los dientes finos de una virgen evocan la mortalidad del hombre, la fugacidad del deseo, la soledad de la vejez.